17.9.09

Carl Rakosi - La gente del campo nunca aprende

Son iguales en todas partes.
Este que conduce su carreta
a lo largo del Danubio
¿por qué tiene que abandonar
sus robustas ovejas
sus anchos campos
y la visión de las cabras
sobre los Cárpatos
por una extraña guerra
en una tierra extraña?

(traducción: Martín Gambarotta)

6.9.09

Rodolfo Enrique Fogwill - Los números traídos

Con los números traídos, los que amasan el barro y construyen las casas de barro pueden contar bloques de barro, montones de piedra y la caza de una jornada, pero no pueden contar los granos de una bolsa llena de maíz rojo, ni los pasos que separan la montaña nevada del país de la arena ni del agua grande azul. Los números traídos son pocos y se terminan en un día de marcha, en cambio la canción traída, con sus pasos y sus manos, es interminable.

(de Runa)

Gottfried Benn - Vaso cretense

Tú, el labio lleno de aroma a vino,
azul guarda de arcilla, guirnalda de rosas
en torno al desfile de luz micénica,
no práctica, nostalgia de bebidas
vastamente esparcida.

Relajamientos. Se consuma
un alumbramiento en libertad. Brillan sueltos
bestias, rocas, lo claramente sin objeto:
fajas de violetas, cráneos tibios
como prados sangrientos.

(traducción de Rodolfo Modern)

5.9.09

Arnaldo Calveyra

Duerme el fumigador decano, ha envejecido como envejecen algunos maestros de la costa oriental del Uruguay. Poco a poco la muerte se va cansando de darlo de alta.
Un estuario arrecia, la mente entra en olores. Antes de dormirse nos contó la historia de la laucha que encontró muerta en una lata de conserva.
Y ahora mientras duerme parece estar pensando en otra cosa, tan excluyente el gesto, tan levantadas las cejas. Duerme y respira al mismo tiempo debajo del sauce y en una habitación azotada por respiraciones adversas. Los mosquitos que se posan sobre su frente caen muertos, fulminados al instante.
-Pasado de gas, aclara el compañero,
está a punto de despertarse.

(de Diario del fumigador de guardia)

2.9.09

Miguel Ángel Petrecca

Vetas relumbrantes y escurridizas como una anguila,
filones que corren bajo tierra en zigzag
sueña el minero y al despertarse aun olfatea
en el aire el tesoro deshecho con el sueño,
el seminarista eyacula dormido y el agricultor,
inquieto, divisa en el horizonte del sueño
colores que son sin duda para su cosecha
señal de ruina, patrullas municipales sigilosas anoche
fumigaron contra los mosquitos en el parque.
Mientras una ola polar se prepara hace días
para invadir la ciudad yo duermo destapado
dando vueltas en la cama, soñando con el río
turbio que corre entubado bajo mi calle.

(de El Maldonado)

31.8.09

Cesare Pavese - 7 de diciembre de 1935

Ha de profundizarse la afirmación de que el secreto de mucho gran arte estriba en los impedimentos que, en forma de reglas, impone el gusto contemporáneo. Las reglas del arte, proponiendo un ideal definido que hay que alcanzar, dan al artista una meta que impide el laboreo en el vacío del ingenio. Pero es preciso agregar que jamás el valor de las obras está para nosotros en las reglas observadas, sino -en vista de la heterogeneidad de los fines- en estructuras crecidas, bajo la mano del artista durante su búsqueda de lo que la regla -el gusto- exige. El ingenio recalentado por un juego racional, como es el intento de alcanzar ciertos resultados tenidos por valiosos, supera el abstracto valor de convención de esos "gustos" y crea arrebatadamente nuevas arquitecturas. Sin saberlo; y esto es lógico, si se piensa que el secreto de una estructura artística se le escapa a su creador hasta que, esclareciéndosela, él mismo le quite interés. Así resuelvo la necesidad de "inteligencia" en arte: existe aplicación consciente de ésta, pero sólo a aquellas metas contemporáneas que, válidas para el artista y para su tiempo, se funden después en la erupción de poesía nacida del recalentamiento del ingenio. El artista trabaja con su cerebro para llegar a metas que perderán valor ante la posteridad; pero, al obrar así, su "cerebro" crea precríticamente nuevas realidades intelectuales: Ejemplo: la manía del conceit [noción o expresión imaginativa, ingeniosa o aguda] entre los isabelinos y el resultado shakespeariano de la imagen-relato. La afición al ejemplo con- creto del mundo científico clásico y la resultante visión cósmica de Lucrecio.
(de El oficio de vivir; traducción de Esther Benítez)

30.8.09

Aldo Oliva - Responso

Esas rocas rizadas en un
ciclo de mar, tenues de violenta
sepultura del violeta
son tus manos, son mis manos
labradas en el trabajo del sueño.
Pero son, sobre todo, los cúmulos
de la altura que perdí, el pasaje
hacia la maravilla ausente
de la eminencia de la tierra
que socavé con uñas líricas,
un heliotropo engendrado en el dolor,
un amor deslizado en una patria,
enzarzado de ternura y de furia.
Esa madera enhiesta, decaída
en mi carne, floreciendo en el
derrumbe de mi sangre.

27.8.09

William Carlos Williams - La jungla

No es el peso inmóvil
de los árboles, el
interior sin aliento del bosque,
enmarañado de tentaculares

trepadoras, las moscas, reptiles,
los monos eternamente miedosos
chillando y corriendo
por las ramas...

sino
una muchacha esperando
tímida, trigueña, de ojos suaves...
para llevarlo a usted
Arriba, señor.

(traducción de Ernesto Cardenal y José Coronel Urtecho)

26.8.09

José Hernández - Martín Fierro

95
Al que le dan un chuzaso
dificultoso es que sane;
en fin, para no echar panes,
salimos por esas lomas
lo mesmo que las palomas
al juir de los gavilanes.

96
Es de admirar la destreza
con que la lanza manejan.
De perseguir nunca dejan
y nos traiban apretados.
¡Si queríamos, de apuraos,
salirnos por las orejas!

97
Y pa mejor de la fiesta
en esta afición tan suma
vino un indio echando espuma
y con la lanza en la mano
gritando: "Acabau, cristiano
metau el lanza hasta el pluma".

98
Tendido en el costillar
cimbrando por sobre el brazo
una lanza como un lazo
me atropeyó dando gritos;
si me descuido...el maldito
me levanta de un lanzazo.

25.8.09

Konstantínos Kavafis - Termópilas

Honor a aquellos que en sus vidas
custodian y defienden las Termopilas.
Sin apartarse nunca del deber;
justos y rectos en sus actos,
no exentos de piedad y compasión;
generosos cuando son ricos, y también
si son pobres, modestamente generosos,
cada uno según sus medios;
diciendo siempre la verdad,
mas sin guardar rencor a los que mienten.
Y más honor aún les es debido
a quienes prevén (y muchos prevén)
que Efialtes aparecerá
y pasarán, por fin, los Persas.

(traducción de José María Álvarez)

23.8.09

Néstor Groppa - Los "Tiprofi" (títulos provinciales de financiamiento)

14.
Son títulos
fabricados y encajados por la provincia
para un final abierto- sobre su digna historia clausurada
-a la incógnita, a la duda, al "¿ cómo será ? " del porvenir
( así, como el nombre de una despensa ).

Por lo pronto
hay asaltos a casas de ex gobernadores,
trompadas y sangre legislativas
enfurecidos manifestantes
quemando cubiertas, cortando rutas.
Escuchas telefónicas ( teléfonos pinchados a la antigua,
teléfonos con cocodrilos, teléfono ocupado - tango - )
amenazas de matar hijos
a ciertos funcionarios; jurisconsultos golpeados,
robos, accidentes, demandas, procesos
y la crónica roja de la paz rota
es una historieta de la vida
on 35 grados diarios de calor constante.

Al cólera de años anteriores, debemos ayuntarle éste.
Hasta tanto regrese el virión del cólera
que ya asomó su oreja alerta en Villazón ( “bolita” )
río Toro Ara por medio con La Quiaca.

Los Tiprofi circulan con cólera.
Los Tiprofi amenazan con drogarnos
hundirnos en el mismo índice ( ya ) de mortalidad que en Biafra
y da vergüenza dejar para el pesebre del Nacimiento
el papelito del virus Tiprofi
que hasta el Niño mirará asustado
por el manoseo sin gracia con que nos alumbran.
La bondad y comprensión del Niño tan inmensas
nada pueden contra el cólera de los Tiprofis
como un posvirus exclusivamente jujeño
que ataca a la jujeñidad solamente
con otro sopapo de la Argentina ( su madre ) en el rostro
y en el rastro.

(de Los Tiprofi)

21.8.09

Francis Ponge - El pan

La superficie del pan es maravillosa en principio a causa de esa impresión casi panorámica que ofrece: como si tuviéramos a disposición de la mano Los Alpes, el Tauro o la Cordillera de los Andres.

De esta manera, entonces, una masa amorfa eructando fue deslizada para nosotros en el horno estelar, donde, endureciéndose, se plasmó en valles, crestas, ondulaciones, grietas…Y desde entonces todos estos planos claramente articulados, todas estas losas delgadas donde la luz con aplicación tiende sus fuegos –sin un vistazo a la blandura innoble subyacente.

Ese frío y descuidado subsuelo que llamamos miga tiene un tejido similar al de las esponjas; ahí, hojas y flores son como hermanas siamesas unidas por todos los codos a la vez. Cuando el pan se seca, sus flores se marchitan y se encogen: se separan las unas de las otras, y la masa se puede desmenuzar.

Pero cortémosla acá: porque el pan en nuestra boca debe ser menos objeto de respeto que de consumo.


(de De parte de las cosas; traducción: N.V.)

Garcilaso de la Vega -Soneto XVI

No las francesas armas odïosas,
en contra puestas del airado pecho,
ni en los guardados muros con pertecho
los tiros y saetas ponzoñosas;

no las escaramuzas peligrosas,
ni aquel fiero rüido contrahecho
de aquel que para Júpiter fue hecho,
por manos de Vulcano artificiosas,

pudieron, aunque más yo me ofrecía
a los peligros de la dura guerra,
quitar una hora sola de mi hado.

Mas infición del aire en sólo un día
me quitó el mundo, y me ha en ti sepultado,
Parténope, tan lejos de mi tierra.

Martín Prieto - Una música en la memoria

De zapatillas y pantalones negros,
con el torso desnudo,
lleno de yerba una calabaza marrón.
El paisaje es el de todos los días,
salvo por una música que no silbo
y sin embargo sé.

(de Verde y blanco)

20.8.09

Elvio Gandolfo - Vivir en la salina

6. Uno de nosotros conseguía una radio.Una radio a pilas, porque en la barraca no había corriente eléctrica. La pila podía durar entre uno y cinco meses, según como la usáramos, porque en el pueblo no había repuestos. Fijábamos una hora determinada a la noche y la encendíamos. Oíamos la sal cayendo como una lluvia fina sobre los techos de la barraca, entremezclando su sonido con el de la radio, en la que sonaba siempre el mismo programa, una serie de canciones folklóricas. Oíamos cómo caía la sal porque hacíamos un silencio religioso, como si de pronto nos hubiésemos muerto todos y lo único vivo fuera la radio.
Un día la pila se agotaba. Uno sólo de nosotros, para hacer poco ruido, daba vuelta la radio, la giraba con un cuidado infinito, moviéndola un milímetro, dos. El volumen aumentaba un poco a veces, pero después se iba perdiendo. Por fin se detuvo y dejó de sonar. La descuidamos. Se fue oxidando corroída por la sal, sobre una de las ventanas que daban al sur.

(de La reina de las nieves)

18.8.09

Juan Filloy - Gesta

Fue un trago largo, como un lazo. Pialó el acuerdo.
Y dijo:
–Mi padre llegó a Carmen de Patagones durante la administración del Comandante Oyuela.
El pillaje de los indios devastaba las colonias y las estancias de la frontera.
A base de robos y de comerciantes sin escrúpulos florecía la exportación de cueros y tasajo.
Mi padre era gaucho. Llevaba cinco “muertes” encima. Y
entró a punto en el juego.
Porque entre reducidores, aventureros, corsarios y esclavos, el crimen es una ficha.
Los soldados que mandó la Primera Junta a sofocar la revuelta del año 12 se rebelaron el 19.
¡Todavía se oían los ayes del Gobernador y se veían las cabezas de los oficiales enterrados vivos!
Mi padre, corrido por la justicia, se encontró, a sí mismo, en la promiscuidad de los Aucas.
Pues el gaucho que se asquea de la ley de los hombres regresa al instinto de la indiada.
Con ellos robó y mató a gusto, hasta que vino el gallego Pincheira. ¡Ordene, Oficial Pincheira!
Y entró a su banda militarizada de forajidos: indios, gauchos y soldados desertores.
Mi padre dilapidó su parte de cuarenta mil vacunos "reducidos" a patacones en el Carmen.
Hasta que los colonos cansados de pillajes se hicieron a su vez cuatreros y bandidos...
La emoción de bandidaje es una emoción bárbara, pero subyugante de la especie.
Arrasar, quemar; violar, matar; son cosas primarias que cobijan todas las almas.
Mi padre decía: quien degüella, desuella y... resuella. Y no tuvo asco: bestias, indios o cristianos.
Pero todo cansa. Y con una cautiva que rescató en Chile, merodeó por las orillas de Río Negro.
Fuera del apero, su daga, sus piojos y su quillango, no tenia más que cicatrices.
Juntó cueros de zorros y plumas de ñandú. Pero la honradez lo acobardaba...
Se metió con los noruegos de una factoría de aceite. Y tuvo vergüenza del trabajo...
¡A él, que amaba los entreveros, le dolía matar focas a garrotazos en bahías desoladas!
Mi padre, el 26, entró a bordo de un corsario cuando estalló la guerra con Brasil.
Se curtió con sudestadas. Y se templó de nuevo en las matanzas de los abordajes.
Carmen de Patagones vivía el esplendor que da la plata del vicio y la rapiña.
Se hizo puerto libre y zona neutra. Se llenó de truhanes, putas y piratas: de vértigo y orgía.
Los brasileros, hartos de ignominias y saqueos de corsarios, resolvieron hacer un escarmiento.
Cinco navíos de guerra, del bloqueo a Buenos Aires, fondearon en las bocas del Río Negro.
Y setecientos hombres, bajo el mando de un general inglés, enfilaron hacia Carmen de Patagones.
La noticia apenó a todos. Entraban en la patria como el hacha en el árbol que se quiere.
Mi padre se enroló en la defensa. Defensa improvisada, de milicos, gauchos y tahúres.
Tenían de arma un espíritu de llama y de escudo solamente la tela de la faja y de la vincha.
Cien jinetes en conjunto. Coordinaron el ataque con la astucia del indio y la rabia del desierto.
Seis leguas separaban al invasor, de Patagones. Seis leguas de sed en un páramo de fuego.
Los infantes brasileños lo ignoraban. Conducidos sin cautela, se filtraron de cansancio en el camino.
Mi padre, entonces, abrió lucha de emboscada. Los sedientos bebieron sangre en sus heridas.
Los demás, la lengua seca, se desbandaron como loros ante el huracán de los centauros.
En medio de una escaramuza, el brillante uniforme del general atraía la mirada.
Mi padre lo volteó de un balazo mientras sus huestes sucumbían por las cargas y la sed.
Y deseando con locura su uniforme, se precipitó sobre el
general, a despojárselo.
Su cuerpo inmóvil cedía dócilmente. Ya casi desnudo, mi padre quedó bizco de repente.
¡Un anillo magnifico destellaba en su mano! En el apuro de tenerlo, le cortó el dedo de un hachazo.
Fue un ¡ay! horrible. El general, nada más que herido, simulaba la muerte por salvarse...
¡Pero la muerte vino sin piedad! Y mientras milicos y gauchos arreaban prisioneros,
Mi padre le hundió la daga en el corazón; la revolvió como una bombilla en el mate.
Y ufano del anillo y la chaqueta, galopó sobre cadáveres a dirigir la columna derrotada.

(de Aquende)

Raúl Zurita - Los nuevos pueblos

Y era tu cara al borde de estos cielos,
el manto mío de las estrellas.
Al mirar hacia arriba no vi nada
sino tu permanencia, las pinturas
de tu rostro, las derivas de tus antepasados
inundando las altas nubes. Esos son los ríos que se abren.
En otro tiempo fuimos encontrados
y ya vivimos en las primeras células,
en los abismos de los mares
en las primitivas danzas que el asombro
le ofreció al fuego.

Por eso somos ríos que se abren, brazos, cauces
torrentes arrojados de una agua única y primigenia
Nada se diferencia de lo que somos y nada de lo que es está
fuera de nosotros.
Tú resumes las viejas tribus, las cacerías
los primeros valles sembrados
y mi sed recoge en ti toda la sed de
este mundo. No son mitos,
el mito es la mentira:
que sólo existimos una vez,
que cada uno es sólo uno.
Todos viven en ti y tú vives.
Las olas del tiempo inmemorial
y las estrellas.
Oh sí manto mío de las estrellas;
la noche te habla antes de sucumbir
al día, las grandes batallas perdidas,
el pasto de los antiguos clanes y las tribus
remontando por nuestro cursos el corazón
de los caminos del corazón y tus tocadas praderas.



Pablo Neruda - Entierro en el Este

Yo trabajo de noche, rodeado de ciudad,
de pescadores, de alfareros, de difuntos quemados
con azafrán y frutas, envueltos en muselina escarlata:
bajo mi balcón esos muertos terribles
pasan sonando cadenas y flautas de cobre,
estridentes y finas y lúgubres silban
entre el color de las pesadas flores envenenadas
y el grito de los cenicientos danzarines
y el creciente y monótono de los tamtam
y el humo de las maderas que arden y huelen.

Porque una vez doblado el camino, junto al turbio río,
sus corazones, detenidos o iniciando un mayor movimiento
rodarán quemados, con la pierna y el pie hechos fuego,
y la trémula ceniza caerá sobre el agua,
flotará como ramo de flores calcinadas
o como extinto fuego dejado por tan poderosos viajeros
que hicieron arder algo sobre las negras aguas, y devoraron
un aliento desaparecido y un licor extremo.

(de Residencia en la tierra)

16.8.09

Wallace Stevens - Predominio del negro

De noche, junto al fuego
los colores de la espesura
y de las hojas caídas
repitiéndose
giraban en el cuarto
como las mismas hojas
girando en el viento.
Sí: pero el color de los fuertes nogales
entró a grandes pasos
y me acordé del grito de los pavos reales.

Los colores de sus colas
eran como las mismas hojas
girando en el viento,
en el viento del crepúsculo
se arrastraban por el cuarto
así como volaban de las ramas de los nogales
hasta el suelo.
Los escuché gritar -los pavos reales.
¿Era un grito contra el crepúsculo
o contra las mismas hojas
girando en el viento
girando como las llamas
giraban en el fuego
girando como las colas de los pavos reales
giraban en el vistoso fuego
vistoso como los nogales
llenos del grito de los pavos reales?
¿O era un grito contra los nogales?

A través de la ventana,
vi agruparse a los planetas
como las mismas hojas
girando en el viento.
Vi la noche llegar
llegar a grandes pasos como el color de los fuertes nogales.
Tuve miedo.
Y me acordé del grito de los pavos reales.

(traducción: J.W. & N.V.)

Washington Cucurto - Mi hijo come su cucurucho

¡No se enojen conmigo!
Mas mi hijo come su cucurucho
en el Mac Donalds ¡esa es la realidad!
Sé que mucha gente no simpatiza
ni menos llevan a sus hijos a un Mac Donalds.
Yo sí y mi hijo va contento:
(somos al fin de cuentas espíritus de la época).
Mi hijo devora su cucurucho como un tiburón
teniendo entre sus garras una ardilla.
Devora hasta destruirlo todo,
ya no hay tal cucurucho, ni el helado combinado
del Mac Donalds de Almagro.
Lo mismo debería suceder con el odio de ustedes.

(de Como un paraguayo ebrio y celoso de su hermana)

Adélia Prado - Casamiento

Hay mujeres que dicen:
si mi marido quiere pescar, que pesque
pero que lave el pescado.
Yo no: a cualquier hora de la noche me levanto
ayudo a escamar, abrir, despedazar, salar.
Es tan bueno, sólo nosotros en la cocina
de vez en cuando los codos se resbalan
él dice cosas como "éste fue difícil"
"rebanada de plata en el aire"
y hace el gesto con la mano.

El silencio de cuando nos vimos por primera vez
atraviesa la cocina como un río profundo.
Por fin, con los peces en la fuente,
vamos a dormir.
Cosas plateadas estallan:
somos novios.

(traducción: N.V.)

Macedonio Fernández - Amor se fue

Amor se fue; mientras duró
de todo hizo placer.
Cuando se fue
nada quedó que no doliera.

15.8.09

Carlos Martínez Rivas - No

Me presentan mujeres de buen gusto
Y hombres de buen gusto
Y últimos matrimonios de buen gusto
Decoradores bien avenidos viviendo en medio
de un miserable e irreprochable buen gusto
Yo sólo disgusto tengo.

Un excelente disgusto, creo.

14.8.09

Marcelo Cohen

Un río sin nombre cruza Lorelei. Viene de tierra adentro, de montañas boscosas cercenadas por la niebla, corriendo de sur a norte para torcer de pronto hacia el oeste y entregarse al océano. En el ángulo amplio del estuario los sedimentos formaron dos islas, las Magnolias, que el urbanista Fumio Akutekeri asentó y comunicó con las riberas mediante categóricos puentes de titanio. Cuando Fulvio Silvio Campomanes decidió obsequiarle al mundo el producto de sus desvelos, fue alrededor de ese núcleo que, con una elegancia mayormente estrábica, en construcciones modulares, en seguida con mucho acopio de piedra caliza para perpetrar el célebre Efecto Holliday, las numerosas atracciones del Recinto empezaron a conectarse unas con otras como terminales nerviosas frenéticas de sexualidad. Al comienzo paralela al río, aunque más al este desviada por unas lomitas bajas, del Recinto parte hacia el sudeste una carretera con varios desvíos: uno, en el kilómetro ocho, lleva al aeropuerto; otro, en el catorce, a la falsa arcadia de casitas donde algunos residentes vivimos apartados, entre los huertos de campesinos impávidos, del otro lado del río que, a esa altura, se cruza en balsa. El tercer desvío es larguísimo: vuelve a buscar la costa para desembocar más al sur en el puerto de carga que, en la época que cuento, estaba vallado a cualquier curiosidad, vecino a una planta recicladora de basura. La carretera principal sigue no sé hasta dónde. Lo importante es que si uno llega al Recinto desde el interior, a poco de divisar los edificios encuentra a la derecha un tablero más grande que la fachada de una catedral, pongamos la de Maguncia. Excitadas entre marcos color magenta, letras mayúsculas de sodio, verdes lima de noche y de día negras, imponen una provechosa composición de lugar:






(de El oído absoluto)

Gerardo Deniz - Proyecto de Plan Quinquenal para demostrar las ventajas del materialismo dialéctico

Que Lysenko ilumine mi camino
y con su biología demostrada
nos conduzca a la síntesis buscada:
injertar dos melones y un pepino.

La Tesis es de bulto peregrino
--teen-ager y burguesa, ¡casi nada!--,
la Antítesis de firme encaminada
para que no desbarre y yerre el tino.

¡A gatas, compañera! ¡qué conquista!
¡qué embestida frontal al reaccionario!
¡cómo late el realismo socialista!

(El Premio Nobel sigue nebuloso;
tal vez no pase nada extraodinario,
pero ¡qué experimento tan sabroso!)


(de Adrede)

C.E. Feiling - Alondra de luz

Su carmesí la boca no pignora
por cármenes, poca farfulla
me consiente la grana
que es latente, vesana
o bífida dicción o pulla:
"¿El manso palafrén entre la flora,

no es el rijoso padrillo en la jarana?
¿Blandicia jamás se atora,
si de pelos casulla
(el sentido que engulla)
tu voz travestida implora?"
Tal vez amar (amor) la boca gana,

pero el amor resulta triste bulla
que deshace colchón, malsana
costumbre cardadora;
no quiere ni espora
ni a mi raído azul rebana
la puta desleal que me embarulla.

(de Amor a Roma)

13.8.09

Dos traducciones de Alberto Girri

1.Robert Lowell - Carlos Quinto y el campesino

Emperador elegido, ciudadano y caballero,
rígido en su negra y maciza armadura, Carlos
galopa en el ocaso de Tiziano hacia su noche;
un mastín herido mordisquea sus espuelas y gruñe:
tan de edad mediana y tan común, es absurdo
pintarlo como César, la causa primera
detrás de cuya barba triangular las mandíbulas
irritan la carne y el cartílago del Verbo.

Los abetos en el fondo zumban y se balancean
hacia la disgustada cantilena de sus miedos:
"¿Cómo podríamos detenerlo, detenerlo, detenerlo?", cantan
las agujas, y el campesino, aplastando la cabeza de la perca
contra un balde, se mece y nunca oye
a su Arca anegarse en el diluvio del Rey.



2.Robert Creeley - La inocencia

Mirando al mar, una línea
ininterrumpida de montañas.

Es el cielo.
Es la tierra. Allí
vivimos, sobre ella.

Es una niebla
ahora tangencial a otra
quieta. Aquí llegan
las hojas,
allí se muestra la roca

o da un testimonio.
Lo que vengo de hacer
está parcialmente guardado.

San Juan de la Cruz - Glosa

Sin arrimo y con arrimo,
sin luz y a oscuras viviendo
todo me voy consumiendo.

Mi alma está desasida
de toda cosa criada
y sobre sí levantada
y en una sabrosa vida
sólo en su Dios arrimada.

Por eso ya se dirá
la cosa que más estimo
que mi alma se ve ya
sin arrimo y con arrimo.

Y aunque tinieblas padezco
en esta vida mortal
no es tan crecido mi mal
porque si de luz carezco
tengo vida celestial
porque el amor da tal vida
cuando más ciego va siendo
que tiene al ama rendida
sin luz y a oscuras viviendo.

Hace tal obra el amor
después que le conocí
que si hay bien o mal en mí
todo lo hace de un sabor
y al alma transforma en sí
y así en su llama sabrosa
la cual en mí estoy sintiendo
apriesa sin quedar cosa,
todo me voy consumiendo.

Verónica Viola Fisher

El productor la pone
porque la tiene pero
no me culpen
del resultado yo
puse plata el resto
lo hicieron ellas
madre hija abuela
tres estrellas
de cine
no saben no saben
de nada y yo
tiré margaritas
a los chanchos estoy
arruinado a menos
que use la cinta
como dogal

(de Hacer sapito)

Fabián Casas - Paso a nivel en Chacarita

Los chicos ponen monedas en las vías,
miran pasar el tren que lleva gente
hacia algún lado.
Entonces corren y sacan las monedas
alisadas por las ruedas y el acero;
se ríen, ponen más
sobre las mismas vías
y esperan el paso del próximo tren.
Bueno, eso es todo.

(de Tuca)

Ezequiel Alemián - Relato de posguerra



La misión había sido un éxito; ahora los soldados se preparaban para volver a casa cargando sus mochilas con avellanas, pasas de uva y café. La vegetación de la zona había sido exterminada por los ácidos derramados en combate, y la tierra arcillosa estaba salpicada con charcos de un líquido amarillento y espeso, nauseabundo, que mataba a los animales y obligaba a los hombres a taparse las narices con bolitas de miga de pan. La técnica los libraba del veneno pero no de la infección: la mayoría tenía las fosas nasales inflamadas en una ampolla rojiza, brillante, muy sensible, del tamaño de un puño. A veces, cuando hacían mucha fuerza y la sangre se les concentraba en la cabeza, la ampolla reventaba.

12.8.09

Lorenzo García Vega - Residuo sin espuma

Hay, después de esta operación que acabo de llevar a cabo, un residuo donde nose trata de espuma, amarilla, de naranja; de ninguna espuma de naranja se puede tratar.De espuma no es, entonces, el residuo, sino que ... Todo eso que miro, que ahora forzadamente miro, ¿por qué tendría que ser semejante a un pincho? ¿A un pincho?¡Qué feo! Pero ¿qué es? ¿Quién me obliga, después de esta operación, a inventar un pincho? Pues más bien se trataría de un rojo -mezcla con lo oscuro- atardecer. Que entonces (¿un rojo, un reloj, o un rojo reloj?) existió, sin duda (¿el rojo reloj mezclado conlo oscuro?): lo que antes (¿atardecer que era mezcla con lo oscuro de un rojo reloj?): lo que la vieja bodega amarilla (amarilla sí pero, repito, no espuma de naranja amarilla), destartalada. Mientras, frente a una esquina era - la esquina se habría roto, hacía tiempo. O yo no sabría decir cómo se podría cantar, todo esto, mi mano. Mi mano, mimano que, en aquel momento, también era amarilla. Como que por mucho que me quedé, pero nunca, sin saber decir lo de aquella niña que no inventé, no, sino que fue, ¡y de quémanera fue! (teniendo, como telón de fondo, a la suso bodega amarilla), Carmencita, la que tan bien sabía girar. Por una acera. Girar Pues lo que fue, fue (¿y esto lo invento ahora, o siempre lo he inventado?): lo semejante a pequeños sacos de arena que, pudiera ser que fuera el Mercurio, disfrazado. Para saber -¿será así lo que estoy diciendo?- lo que fueron. O lo que no puedo saber lo que fueron. Es decir, con aquel cielo amarillo -amarillo como mi mano de entonces -, que tan demasiado lejos, se quedó, al irse haciéndose, como efectivamente se hizo, solo, todo, o lo que es lo mismo, completamente, repito, sin espuma amarilla lo que, realmente, bien podríamos llamar residuo con, raíz, inconcebible, de lo muy semejante, a lo todo-solo, pero..., sin ser, precisamente, y sépase bien, ese residuo del que estoy hablando
(de Cuerdas para Aleister)

Pedro Lemebel - Bésame otra vez forastero

Ahí está garabateada en el muro de su noche, con sombrero de punto, tacos y cartera roja; sola y hambrienta teje su telaraña azul lado a lado de esta calle de notarías y oficinas, a cinco cuadras de mi barrio. Oscura y delicada saca un cigarrillo; la vieja no fuma, por eso no lo prende, espera la figura del joven, que desde el fondo de la calle avanza al ritmo elástico de las zapatillas, lo piensa mientras se acerca, olfatea el aire roído de la noche buscando ese olor fresco, con los ojos semicerrados por el deleite y el alquitrán de sus pestañas, se pasa la lengua por el descolorido bigote y sueña y pasa borrosa por su entelado cerebro la historia imprecisa de sus quince años. Es la vieja, la madonna con enaguas de franela esperando a los corceles que vengan a comer de su mano; guachito venga les susurra, ya pues mijito les grita, oye cabro cómo tenís el pajarito. Así vocifera la nonagenaria, bien sujeta en las piernas enclenques; venga un ratito mijo, está muy vieja señora, aquí detrasito escóndase conmigo, está muy oscuro señora, siéntese aquí mijo lindo a verse la suerte con esta pobre vieja, aquí en esta escalera helada y sáquese la pichulita, no le tenga miedo a esta anciana leprosa, a este ángel azul, la dulce compañía de los liceanos vírgenes, que llegan solitarios a ofrecerme la fina piel de su sexo; aquí está la abuela milagrosa, que acaricia con su garra de seda el pálpito de la sangre en los prepucios, la vieja de guardia, niñera impúdica lamiendo los penes infantiles, la gallina que empolla quinceañeros, que los arrastra a su cueva de sábanas con mentholatum, hasta la fauce de su útero desdentado; bésame repite acezando, bésame por favor, mi muchacho, mi niño hermoso, que veo alejarse por las membranas rotas de mis cuencas, de mis ojos que te persiguen mientras cruzas la calle, que se rebalsan de agua ligosa y la enorme lágrima la despierta y por un momento mueve la boca sin sonido, baja el escalón, guachito no se vaya, mijito venga, taconea unos acrobáticos pasos y lo pierde en la carrera alérgica del muchacho al doblar la esquina. Entonces vuelve cansada a su peldaño y mira con ojos de agua turbia, tratando de buscar el sol en su tremenda noche. Es la misma señora que riega cardenales en el piso de enfrente, sólo diez metros de aire separan mi ventana de la suya. Durante el día, enmarcada en el alfeizar, teje y espera paciente que el sol se ponga de luto, va hilando los últimos destellos que enreda en su cabeza blanca para verse más hermosa. Escucho oculto en la sombra el "Para Elisa" de su caja de música, me llega distorsionado por los años el timbre de su voz lunática, puedo ver, con los ojos cerrados, el espejo y su cara blanca en la luna dorada de azogue; canta y ríe, se mancha la boca de crayón, se da vueltas lentamente, entonces tengo miedo, miedo de abrir los ojos, miedo de asomarme a la ventana,miedo que me mire, miedo que sus ojos de gallina enferma, rodando calle abajo, alcancen al niño que huye en bicicleta, que desaparece en la perspectiva ruinosa del barrio, porque tuvo asco y al mismo tiempo deseos de subir la escalera de enfrente, de ver de cerca el ojo sumergido que le guiñaba la vieja, quiere ir lejos sobre los pedales porque llegó a tocar la manilla de bronce y se introdujo en la pieza fresca de aspidistras y cortinas de hilo, subió hace un rato la escalera, sucumbiendo al deseo del ojo desvelado llamándolo desde el balconcito, ella le mostró la pierna, bajándose la media de lana entre los cardenales, hizo revolotear sus manos incoloras en el aire indicándole que cruzara; y ya es muy tarde para que el jugoso muchacho se arrepienta, porque descubrió en el baño su pelaje genital, entonces el balconcito es un desafío, y el ojo de la vieja, que cuelga en mitad de la noche, lo hace perder la cabeza; y va y viene, entrando y saliendo de la ventana -¿Qué le pasa que no se sienta?- Es la edad del pavo mujer, no te fijas que pegó el estirón de pronto-. Poca más y se nos casa, poco más un poquito más le pide la vieja y él acepta y se baja los pantalones y le dice toma vieja, cómetelo, mámatelo, así sin dientes, boquita de guagua, mamita, sigue no más, vieja de mierda, así suavecito, más rápido, cuidado que viene, viene un río espeso a inundarte la pieza, una corriente de cloro que me baja del cerebro, borrándome la imagen del espejo, donde la vieja ternera hunde su cabeza entre mis piernas y se aprovecha de ese momento para besarme, clava su lengua con rabia en mi boca y en el paladar me deja, por muchos años, el gusto rancio del pasado......
Al paso de los años, se fue juntando el tiempo que dejó la calle desierta; neblinosa, como una película sin argumento, y calendarios gastados por la obsesión del mancebo, el otoño y sus tacos pisando hojas, aguas nubosas y veredas calientes, retumbando en mis oídos su taconeo suelto en el baile de la amanecida. El barrio se hizo viejo y ella observó con sus redomas de suero la sucesión de todas las generaciones; de la abuela muerta al padre anciano, también muerto, al nieto adulto padre de otros niños, también crecidos al ritmo lúgubre de los años, el fatigoso descenso de los ataúdes por las escaleras, tan estrechas, que debían bajar con sogas desde las ventanas, los llantos a medianoche, el gangoso ronquido de los viejos, en fin todos los ocasos fueron presididos desde su ventana; desde aquel tiempo hasta aquí, hablando con temor ahora, porque estoy hablando de mí, rodeado de cruces, en este sillón frente a la ventana, abandonado de todo lo que fui, solamente me da ánimo saber que pronto escucharé su caminar por la calle, porque así regresa todavía; la veo claramente azul rengueando la madrugada, con un resabio a semen en la boca, borrosmente azul cruza el pórtico del edificio y se hunde en el hueco de la escalera, adivino su olor a trapos sucios, la veo abrir cansada la puerta y sentarse en la banqueta tapizada de felpa, la diviso demente meciéndose en la medialuna del espejo, sacándose el sombrero de punto, batiendo el cabello cano y transparente, como una medusa loca, estacionaria en su vicio. Aún ahora, que hace mucho el balcón permanenece cerrado, a los geranios lacres se los fue comiendo el polvo, una tarde fue la última vez que se escuchó su taconeo imparejo camino a la esquina, su pollera de herbario se cerró para siempre en un secreto, mucho hace que su sombra de lagarto no se enrosca en el pilar de la esquina; hace mucho del último recuerdo........
Solamente yo tuve conciencia de la resurrección de su cara en mi espejo, el dorado espejo de azogue que rescaté de los despojos cuando la vieja fue sacada sólida y putrefacta, tres meses después de su muerte.

Nicolás Olivari - Blasón

Un árbol de la calle todo lleno
de gorriones;
un fregar de pisos,
-matutino salmo de la higiene-
entre locos ritmos de canciones...

Fauces son tus calles, abiertas
a tus crepúsculos cuadriculados
entre un teléfono y un árbol
que se seca de tanto intentar llegar al cielo.

¡Buenos Aires! Entraña cálida
golpe de émbolo, cimbrón de ansias!
mi alma cansada,
te da un escudo oval;
mi bostezo!

(de El gato escaldado)

Diego Maquieira

Habíamos dado más de mil órbitas
sobre el mar sin haber jamás arribado
a ningún cabrón puerto
Coritani nos traía por mar perdidos
algún tiempo
para después dormirse
y dejarnos otra vez perdidos
No quedaba un solo Harrier a bordo
y las cargas de armamentos y alcohol
arrojadas al mar por unas rocas
que eran como olas varadas
Ma Coritani hacía detener el viento
para salir a guerrear a cubierta
pero amodorrado por el rocío y el sueño
veía nubes que se hundían en el mar
Entonces alucinó hundir el portaaviones
hasta la mitad, hasta dejar flotando
sólo las gigantescas velas en cubierta
para que parecieran unas dunas de mármol
levantando una capilla
Mientras el arsenal de agua debajo del casco
y el mar rodeando por todos lados a la vez
hacía estremecer de gozo
a los rapsodas druidas
porque Patresca Ossavinci de una belleza
que mandaba a irse de lado al cielo
iba levantando el mármol y lo socavaba
con su cuerpo hurgándole un hombre
la ternura despiadada de un hombre
y con sus ojos hurgándole un faro
.

(de Los Sea Harrier)

11.8.09

Federico García Lorca - New York (oficina y denuncia)

Debajo de las multiplicaciones
hay una gota de sangre de pato;
debajo de las divisiones
hay una gota de sangre de marinero;
debajo de las sumas, un río de sangre tierna.
Un río que viene cantando
por los dormitorios de los arrabales,
y es plata, cemento o brisa
en el alba mentida de New York.
Existen las montañas. Lo sé.
Y los anteojos para la sabiduría.
Lo sé. Pero yo no he venido a ver el cielo.
Yo he venido para ver la turbia sangre.
La sangre que lleva las máquinas a las cataratas
y el espíritu a la lengua de la cobra.
Todos los días se matan em New York
cuatro millones de patos,
cinco millones de cerdos,
dos mil palomas para el gusto de los agonizantes,
un millón de vacas,
un millón de corderos
y dos millones de gallos,
que dejan los cielos hechos añicos.
Más vale sollozar afilando la navaja
o asesinar a los perros
en las alucinantes cacerías,
que resistir en la madrugada
los interminables trenes de leche,
los interminables trenes de sangre
y los trenes de rosas maniatadas
por los comerciantes de perfumes.
Los patos y las palomas,
y los cerdos y los corderos
ponen sus gotas de sangre
debajo de las multiplicaciones,
y los terribles alaridos de las vacas estrujadas
llenan de dolor el valle
donde el Hudson se emborracha con aceite.
Yo denuncio a toda la gente
que ignora la otra mitad,
la mitad irredimible
que levanta sus montes de cemento
donde laten los corazones
de los animalitos que se olvidan
y donde caeremos todos
en la ultima fiesta de los taladros.
Os escupo en la cara.
La otra mitad me escucha
devorando, orinando, volando, en su pureza
como los niños de las porterías
que llevan frágiles palitos
a los huecos donde se oxidan
las antenas de los insectos.
No es el infierno, es la calle.
Nos es la muerte, es la tienda de frutas.
Hay un mundo de ríos quebrados
y distancia inacesibles
en la patita de ese gato
quebrada por el automóvil,
y yo oigo el canto de la lombriz
en el corazón de muchas niñas.
Oxido, fermento, tierra estremecida.
Tierra tú mismo que nadas
por los números de la oficina.
Qué voy a hacer? Ordenar los paisajes?
Ordenar los amores que luego son fotografías,
que luego son pedazos de madera
y bocanadas de sangre?
San Ignacio de Loyola
asesinó un pequeño conejo
y todavía sus labios gimen
por las torres de las iglesias.
No, no, no, no; yo denuncio.
Yo denuncio la conjura
de estas desiertas oficinas
que no radían las agonías,
que borran los programas de la selva,
e me ofrezco a ser comido
por las vacas estrujadas
cuando sus gritos llenan el valle
donde el Hudson se emborracha con aceite.

(de Poeta en Nueva York)

Fernando Molle - Del que habla



Cuerpo a la aventura que se inclina,
brasa en cigarrillo muerde mano,
silla giratoria sobre suelo,
taco de vecina que se cuela,
muere un contrapunto de ascensores,
suena una ambulancia pendenciera:
sube, por el plexo en escalera,
pulso, de la planta hasta la mano,
letra en su latido comprendida
sobre la pantalla que refleja,
desde un edificio sobre tierra,
horno de cerebro redoblado.

Libro se abre: mono sube un palo
y hunde sobre el barro un surco mudo;
surco que otro mono pensativo
pisa en barro abierto que lo mira;
mono planta en grito una palabra,
surco planta en mono una semilla;
palo da en cabeza cuando parte
hueso que abre signo entre las cejas,
cuando tire el palo y se pronuncie:
surco mira al mono que lo piensa.

Mono en cada surco mira grito;
parte de una raya tres sonidos,
y de tres sonidos un recuerdo:
corra el mono padre sobre surco,
corre el mono padre sobre ciervo,
piedra mata carne y come fuego
brasa en la caverna cuando apaga
sombra donde mono come y duerme;
rayo con un trueno se desplanta,
cielo cae en agua y enloquece:
río inunda infarto en la caverna
y entra en los pulmones con la muerte;
cuando el mono en surco mida grito,
tres sonidos vibren y lo enciendan,
porque mono hundido vive dicho
por el mono vivo que se acuerda.

Cuerpo a la aventura que se inclina,
brasa en cigarrillo a la ventana,
silla giratoria bajo cielo,
ojo del poema que se mira;
desde un edificio sobre surco
mono que alza un palo “mono” escribe;
horno en el cerebro quema barro,
surco en la pantalla dobla grito:
suena un mono muerto con un palo
para un mono vivo con un libro.

(de Del libro)

10.8.09

Mario Bellatín

En otra de las paredes hay un gran mapa de América Latina, donde con círculos rojos se encuentran marcadas las ciudades en las que está más desarrollada la crianza de Pastor Belga Malinois. Sólo a ciertos visitantes la presencia de este mapa los lleva a penasr en el futuro del continente.
(de Perros héroes)

José Ángel Cuevas - Se enojaron

Se enojaron mucho por la Reforma Agraria
la tierra para que el que la trabaja
Y Más por la cuestión Monopolios
Expropiación de la Banca
y empezaron a disparar
Por la Limitación de Utilidades
Y TIRABAN A MATAR!
Alto! viejos ERA BROMA
ERA SOLO PARA VER LO QUE DECIAN

(de Cánticos amorosos y patrióticos)

Juan Desiderio - I

Meté la mano
sacá lo hueso de poyo
de la zanja
meté la mano
te cortaste lo dedo
por sacar la mitá
de lo cien peso
de la tierra
y sus tendones
se vieron hermosos
bajo el sol

(de La zanjita)

César Vallejo - XXIV

Se acabó el extraño, con quien, tarde
la noche, regresabas parla y parla.
Ya no habrá quien me aguarde,
dispuesto mi lugar, bueno lo malo.

Se acabó la calurosa tarde;
tu gran bahía y tu clamor; la charla,
con tu madre acabada
que nos brindaba un té lleno de tarde.

Se acabó todo al fin: las vacaciones
tu obediencia de pechos, tu manera
de pedirme que no me vaya fuera.

Y se acabó el diminutivo, para
mi mayoría en el dolor sin fin
y nuestro haber nacido así sin causa.

(de Trilce)

Osvaldo Lamborghini - Joe Trompada vs. Papi Trucco

El padre del Pibe Barulo y de Noel también tenía un pasado deportivo: con el nombre de Joe Trompada fue un gran boxeador amateur, no llegó a profesional porque Papi Trucco - una decadencia de 30 años- lo acobardó para siempre en Azul. Aparte de buenas piernas y ser una luz para el esquive, Papi era una nulidad en el ring, pero muy temido, casi demasiado, a tal punto que muchas carreras habían terminado por negarse a enfrentarlo. Vitelio Gasparini era incapaz de asustarse así, aunque colgó los guantes por culpa de Papi Trucco: -Tengo los huevos por el suelo- dijo Joe Trompada (alias Vitelio Gasparini), y hablaba en serio, su frase, diría un crítico literario, era excesivamente literal. Papi Trucco bebía, trasnochaba y andaba en negocios sucios. Explotaba mujeres y dicen que no le hacía ascos a traficar con drogas, si el asunto no era peligroso. Una lacra humana, pero que en provincias movía la taquilla, porque le conocían la fama y nunca lo habían visto pelear. Todo decían "no puede ser" y no perdían la oportunidad de comprobarlo con sus propios ojos. Pagaban la entrada. El asunto era que alguien se resignase a enfrentarlo. Tenía una sola habilidad. Delincuente de ring, su habilidad consistía en cometer falta tras falta sin que el árbitro se diera cuenta. El golpe bajo era su especialidad indiscutible. parecía mas un pretidigitador: cambios de mano a velocidad supersónica delante de la cara misma del jue y mientras no lo dejaban fuera de combate, golpeaba en los testículos hasta acobardar por completo al contrincante u obligándolo a tirar la toalla.
(de "El pibe Barulo", en Novelas y cuentos II)

Sor Juana Inés de la Cruz- Procura desmentir los elogios que a un retrato de la poetisa inscribió la verdad, que llama pasión

Éste que ves, engaño colorido,
que del arte ostentando los primores,
con falsos silogismos de colores
es cauteloso engaño del sentido;

éste en quien la lisonja ha pretendido
excusar de los años los horrores
y venciendo del tiempo los rigores
triunfar de la vejez y del olvido:

es un vano artificio del cuidado;
es una flor al viento delicada;
es un resguardo inútil para el hado;

es una necia diligencia errada;
es un afán caduco, y, bien mirado,
es cadáver, es polvo, es sombra, es nada.

Juan Laurentino Ortiz - Luna deshojada en el viento

Luna deshojada en el viento de la medianoche
que ha apagado el río
y da a aquellos árboles
cercanos de la isla
una forma huyente
casi desesperada
hacia el sur.

Gráciles mujeres con sus agitadas vestiduras de ceniza,
hacia dónde?
sobre el flotante y casi inquieto
infinito que se corona allá abajo de estrellas.
La noche, sin embargo, da una ligera paz al corazón.
La noche se busca más allá de sí misma en el viento que la deshoja,
sin detenerse demasiado en el repentino camino de lirios
que la luna reintegrada hace brotar un momento en el agua.

Seguir la noche sentado en la barranca,
una ligera paz en el corazón...
Pero la noche se busca más allá de sí misma, amigos,
y aquellas huyentes criaturas que no alcanzarán las estrellas...
Pero hay otras criaturas que huyen esta noche bajo el fuego de los
[hombres]
porque los suyos defienden las formas inmediatas y sencillas
de su acuerdo con el universo: su paisaje y su casa,
con todo lo que surgiera de su inocente y honda amistad con éstos,
destacándose o disolviéndose en su sangre cantante;
porque ellos defienden las formas de su alma, o estetas,
o la eternidad viva de su alma, o poetas amantes de una eternidad rígida,
muerte mezquina que os impusieran a vuestros sueños que creíais [soberanos].

Las criaturas que huyen bajo el fuego de los hombres,
esta noche, esta misma noche, en que el viento aquí deshoja la luna
y agita hacia el sur fantasmas grises sobre un infinito palpitante!
Esta noche, esta misma noche aquí deshecha en una búsqueda [angustiada!]

Esta noche, esta misma noche, con transversal y efímero florecimiento de [luna líquida].
Esta noche, esta misma noche, las criaturas que huyen bajo alas de [espanto],
mientras los suyos entre la tormenta
de hierro, bien derechos, bien derechos se yerguen sobre las cimas del [ser].

9.8.09

Ernesto Cardenal - Acuarela

Los ranchos dorados cercados de cardos;
chanchos en las calles;
una rueda de carreta
junto a un rancho, un excusado en el patio,
una muchacha llenando su tinaja,
y el Momotombo azul, detrás de los alegres calzones colgados
amarillos, blancos, rosados.

(de Acuarela)

Juan Rulfo - Macaria

Estoy sentado junto a la alcantarilla aguardando a que salgan las ranas. Anoche, mientras estábamos cenando, comenzaron a armar el gran alboroto y no pararon de cantar hasta que amaneció. Mi madrina también dice eso: que la gritería de las ranas le espantó el sueño. Y ahora ella bien quisiera dormir. Por eso me mandó a que me sentara aquí, junto a la alcantarilla, y me pusiera con una tabla en la mano para que cuanta rana saliera a pegar de brincos afuera, la apalcuachara a tablazos... Las ranas son verdes de todo a todo, menos en la panza. Los sapos son negros. También los ojos de mi madrina son negros. Las ranas son buenas para hacer de comer con ellas. Los sapos no se comen; pero yo me los he comido también, aunque no se coman, y saben igual que las ranas. Felipa es la que dice que es malo comer sapos. Felipa tiene los ojos verdes como los ojos de los gatos. Ella es la que me da de comer en la cocina cada vez que me toca comer. Ella no quiere que yo perjudique a las ranas. Pero, a todo esto, es mi madrina la que me manda a hacer las cosas... Yo quiero más a Felipa que a mi madrina. Pero es mi madrina la que saca el dinero de su bolsa para que Felipa compre todo lo de la comedera. Felipa sólo se está en la cocina arreglando la comida de los tres. No hace otra cosa desde que yo la conozco. Lo de lavar los trastes a mí me toca. Lo de acarrear leña para prender el fogón también a mí me toca. Luego es mi madrina la que nos reparte la comida. Después de comer ella, hace con sus manos dos montoncitos, uno para Felipa y otro para mí. Pero a veces Felipa no tiene ganas de comer y entonces son para mí los dos montoncitos. Por eso quiero yo a Felipa, porque yo siempre tengo hambre y no me lleno nunca, ni aun comiéndome la comida de ella. Aunque digan que uno se llena comiendo, yo sé bien que no me lleno por más que coma todo lo que me den. Y Felipa también sabe eso... Dicen en la calle que yo estoy loco porque jamás se me acaba el hambre. Mi madrina ha oído que eso dicen. Yo no lo he oído. Mi madrina no me deja salir solo a la calle. Cuando me saca a dar la vuelta es para llevarme a la iglesia a oír misa. Allí me acomoda cerquita de ella y me amarra las manos con las barbas de su rebozo. Yo no sé por qué me amarra mis manos; pero dice que porque dizque luego hago locuras. Un día inventaron que yo andaba ahorcando a alguien; que le apreté el pescuezo a una señora nada más por nomás. Yo no me acuerdo. Pero, a todo esto, es mi madrina la que dice lo que yo hago y ella nunca anda con mentiras. Cuando me llama a comer, es para darme mi parte de comida, y no como otra gente que me invitaba a comer con ellos y luego que me les acercaba me apedreaban hasta hacerme correr sin comida ni nada. No, mi madrina me trata bien. Por eso estoy contento en su casa. Además, aquí vive Felipa. Felipa es muy buena conmigo. Por eso la quiero... La leche de Felipa es dulce como las flores del obelisco. Yo he bebido leche de chiva y también de puerca recién parida; pero no, no es igual de buena que la leche de Felipa... Ahora ya hace mucho tiempo que no me da a chupar de los bultos esos que ella tiene donde tenemos solamente las costillas, y de donde le sale, sabiendo sacarla, una leche mejor que la que nos da mi madrina en el almuerzo de los domingos... Felipa antes iba todas las noches al cuarto donde yo duermo, y se arrimaba conmigo, acostándose encima de mí o echándose a un ladito. Luego se las ajuareaba para que yo pudiera chupar de aquella leche dulce y caliente que se dejaba venir en chorros por la lengua... Muchas veces he comido flores de obelisco para entretener el hambre. Y la leche de Felipa era de ese sabor, sólo que a mí me gustaba más, porque, al mismo tiempo que me pasaba los tragos, Felipa me hacia cosquillas por todas partes. Luego sucedía que casi siempre se quedaba dormida junto a mí, hasta la madrugada. Y eso me servía de mucho; porque yo no me apuraba del frío ni de ningún miedo a condenarme en el infierno si me moría yo solo allí, en alguna noche... A veces no le tengo tanto miedo al infierno. Pero a veces sí. Luego me gusta darme mis buenos sustos con eso de que me voy a ir al infierno cualquier día de éstos, por tener la cabeza tan dura y por gustarme dar de cabezazos contra lo primero que encuentro. Pero viene Felipa y me espanta mis miedos. Me hace cosquillas con sus manos como ella sabe hacerlo y me ataja el miedo ese que tengo de morirme. Y por un ratito hasta se me olvida... Felipa dice, cuando tiene ganas de estar conmigo, que ella le cuenta al Señor todos mis pecados. Que irá al cielo muy pronto y platicará con Él pidiéndole que me perdone toda la mucha maldad que me llena el cuerpo de arriba abajo. Ella le dirá que me perdone, para que yo no me preocupe más. Por eso se confiesa todos los días. No porque ella sea mala, sino porque yo estoy repleto por dentro de demonios, y tiene que sacarme esos chamucos del cuerpo confesándose por mí. Todos los días. Todas las tardes de todos los días. Por toda la vida ella me hará ese favor. Eso dice Felipa. Por eso yo la quiero tanto... Sin embargo, lo de tener la cabeza así de dura es la gran cosa. Uno da de topes contra los pilares del corredor horas enteras y la cabeza no se hace nada, aguanta sin quebrarse. Y uno da de topes contra el suelo; primero despacito, después más recio y aquello suena como un tambor. Igual que el tambor que anda con la chirimía, cuando viene la chirimía a la función del Señor. Y entonces uno está en la iglesia, amarrado a la madrina, oyendo afuera el tum tum del tambor... Y mi madrina dice que si en mi cuarto hay chinches y cucarachas y alacranes es porque me voy a ir a arder en el infierno si sigo con mis mañas de pegarle al suelo con mi cabeza. Pero lo que yo quiero es oír el tambor. Eso es lo que ella debería saber. Oírlo, como cuando uno está en la iglesia, esperando salir pronto a la calle para ver cómo es que aquel tambor se oye de tan lejos, hasta lo hondo de la iglesia y por encima de las condenaciones del señor cura...: "El camino de las cosas buenas está lleno de luz. El camino de las cosas malas es oscuro." Eso dice el señor cura... Yo me levanto y salgo de mi cuarto cuando todavía está a oscuras. Barro la calle y me meto otra vez en mi cuarto antes que me agarre la luz del día. En la calle suceden cosas. Sobra quién lo descalabre a pedradas apenas lo ven a uno. Llueven piedras grandes y filosas por todas partes. Y luego hay que remendar la camisa y esperar muchos días a que se remienden las rajaduras de la cara o de las rodillas. Y aguantar otra vez que le amarren a uno las manos, porque si no ellas corren a arrancar la costra del remiendo y vuelve a salir el chorro de sangre. Ora que la sangre también tiene buen sabor aunque, eso sí, no se parece al sabor de la leche de Felipa... Yo por eso, para que no me apedreen, me vivo siempre metido en mi casa. En seguida que me dan de comer me encierro en mi cuarto y atranco bien la puerta para que no den conmigo los pecados mirando que aquello está a oscuras. Y ni siquiera prendo el ocote para ver por dónde se me andan subiendo las cucarachas. Ahora me estoy quietecito. Me acuesto sobre mis costales, y en cuanto siento alguna cucaracha caminar con sus patas rasposas por mi pescuezo le doy un manotazo y la aplasto. Pero no prendo el ocote. No vaya a suceder que me encuentren desprevenido los pecados por andar con el ocote prendido buscando todas las cucarachas que se meten por debajo de mi cobija... Las cucarachas truenan como saltapericos cuando uno las destripa. Los grillos no sé si truenen. A los grillos nunca los mato. Felipa dice que los grillos hacen ruido siempre, sin pararse ni a respirar, para que no se oigan los gritos de las animas que están penando en el purgatorio. El día en que se acaben los grillos, el mundo se llenará de los gritos de las ánimas santas y todos echaremos a correr espantados por el susto. Además, a mí me gusta mucho estarme con la oreja parada oyendo el ruido de los grillos. En mi cuarto hay muchos. Tal vez haya más grillos que cucarachas aquí entre las arrugas de los costales donde yo me acuesto. También hay alacranes. Cada rato se dejan caer del techo y uno tiene que esperar sin resollar a que ellos hagan su recorrido por encima de uno hasta llegar al suelo. Porque si algún brazo se mueve o empiezan a temblarle a uno los huesos, se siente en seguida el ardor del piquete. Eso duele. A Felipa le picó una vez uno en una nalga. Se puso a llorar y a gritarle con gritos queditos a la Virgen Santísima para que no se le echara a perder su nalga. Yo le unté saliva. Toda la noche me la pasé untándole saliva y rezando con ella, y hubo un rato, cuando vi que no se aliviaba con mi remedio, en que yo también le ayudé a llorar con mis ojos todo lo que pude... De cualquier modo, yo estoy más a gusto en mi cuarto que si anduviera en la calle, llamando la atención de los amantes de aporrear gente. Aquí nadie me hace nada. Mi madrina no me regaña porque me vea comiéndome las flores de su obelisco, o sus arrayanes, o sus granadas. Ella sabe lo entrado en ganas de comer que estoy siempre. Ella sabe que no se me acaba el hambre. Que no me ajusta ninguna comida para llenar mis tripas aunque ande a cada rato pellizcando aquí y allá cosas de comer. Ella sabe que me como el garbanzo remojado que le doy a los puercos gordos y el maíz seco que le doy a los puercos flacos. Así que ella ya sabe con cuánta hambre ando desde que me amanece hasta que me anochece. Y mientras encuentre de comer aquí en esta casa, aquí me estaré. Porque yo creo que el día en que deje de comer me voy a morir, y entonces me iré con toda seguridad derechito al infierno. Y de allí ya no me sacará nadie, ni Felipa, aunque sea tan buena conmigo, ni el escapulario que me regaló mi madrina y que traigo enredado en el pescuezo... Ahora estoy junto a la alcantarilla esperando a que salgan las ranas. Y no ha salido ninguna en todo este rato que llevo platicando. Si tardan más en salir, puede suceder que me duerma, y luego ya no habrá modo de matarlas, y a mi madrina no le llegará por ningún lado el sueño si las oye cantar, y se llenará de coraje. Y entonces le pedirá, a alguno de toda la hilera de santos que tiene en su cuarto, que mande a los diablos por mí, para que me lleven a rastras a la condenación eterna, derechito, sin pasar ni siquiera por el purgatorio, y yo no podré ver entonces ni a mi papá ni a mi mamá que es allí donde están... Mejor seguiré platicando... De lo que más ganas tengo es de volver a probar algunos tragos de la leche de Felipa, aquella leche buena y dulce como la miel que le sale por debajo a las flores del obelisco...
(de El llano en llamas)

Leónidas Lamborghini

Telegrama-respuesta
"Preséntese
mañana en alpargatas
sin ningún compromiso,
limpio de polvo y paja".
Allá estaré fenómeno
necesito ya urgente u
n par de medias, camiseta
y calzoncillos aptos.

En la cola
he llegado hasta aquí
al borde del
seré examinado
repaso mentalmente la historia
que repito.

(Mi especialidad es
de hombre orquesta
hace un corto intervalo que no trabajo
me fueron
por mi propia voluntad)
Frente a la psicotécnica
pregunta acelerando
rápida
llega a mi pasado.

Me deschava:
—En el departamento
atrasando día a día
el reloj
cinco tipos tirados
viviendo como chanchos
perdiendo
poco a poco la vergüenza
la decencia y la moral

una habitación
un aire viciado
cocina y baño.
—Fue la época de las grandes peleas
los ayunos
los empeños la venta
del refrigerador inmaculado
y es mejor no recordar.

Para sumar a gatas
—me arrastro—
no sé más quién soy
yo el antiguo encargado no funciono.

NO INSISTA EN SU PEDIDO PRESENTANDO
NUEVAS SOLICITUDES.

Me voy
a descular hormigas
buscando la estabilidad
el sueldo por convenios
un horario que corra
oremus
jubilación y vacaciones pagas.

(de El solicitante descolocado)

Rubén Darío - Autorretrato a su hermana Lola

Este viajero que ves
es tu hermano errante. Pues
aun suspira y aun existe,
no como le conociste,
sino como ahora es:
viejo, feo, gordo y triste.

Horacio Quiroga - Las rayas

...-"En resumen, yo creo que las palabras valen tanto, materialmente, como la propia cosa significada, y son capaces de crearla por simple razón de eufonía. Se precisará un estado especial; es posible. Pero algo que yo he visto me ha hecho pensar en el peligro de que dos cosas distintas tengan el mismo nombre."

Como se ve, pocas veces es dado oír teorías tan maravillosas como la anterior. Lo curioso es que quien la exponía no era un viejo y sutil filósofo versado en la escolástica, sino un hombre espinado desde muchacho en los negocios, que trabajaba en Laboulaye acopiando granos. Con su promesa de contarnos la cosa, sorbimos rápidamente el café, nos sentamos de costado en la silla para oír largo rato, y fijamos los ojos en el de Córdoba.

-Les contaré la historia -comenzó el hombre- porque es el mejor modo de darse cuenta. Como ustedes saben, hace mucho que estoy en Laboulaye. Mi socio corretea todo el año por las colonias y yo, bastante inútil para eso, atiendo más bien la barraca. Supondrán que durante ocho meses, por lo menos, mi quehacer no es mayor en el escritorio, y dos empleados -uno conmigo en los libros y otro en la venta- nos bastan y sobran. Dado nuestro radio de acción, ni el Mayor ni el Diario son engorrosos. Nos ha quedado, sin embargo, una vigilancia enfermiza de los libros como si aquella cosa lúgubre pudiera repetirse. ¡Los libros!... En fin, hace cuatro años de la aventura y nuestros dos empleados fueron los protagonistas.

El vendedor era un muchacho correntino, bajo y de pelo cortado al rape, que usaba siempre botines amarillos. El otro, encargado de los libros, era un hombre hecho ya, muy flaco y de cara color paja. Creo que nunca lo vi reírse, mudo y contraído en su Mayor con estricta prolijidad de rayas y tinta colorada. Se llamaba Figueroa; era de Catamarca.

Ambos, comenzando por salir juntos, trabaron estrecha amistad, y como ninguno tenía familia en Laboulaye, habían alquilado un caserón con sombríos corredores de bóveda, obra de un escribano que murió loco allá.

Los dos primeros años no tuvimos la menor queja de nuestros hombres. Poco después comenzaron, cada uno a su modo, a cambiar de modo de ser.

El vendedor -se llamaba Tomás Aquino- llegó cierta mañana a la barraca con una verbosidad exuberante. Hablaba y reía sin cesar, buscando constantemente no sé qué en los bolsillos. Así estuvo dos días. Al tercero cayó con un fuerte ataque de gripe; pero volvió después de almorzar, inesperadamente curado. Esa misma tarde, Figueroa tuvo que retirarse con desesperantes estornudos preliminares que lo habían invadido de golpe. Pero todo pasó en horas, a pesar de los síntomas dramáticos. Poco después se repitió lo mismo, y así, por un mes: la charla delirante de Aquino, los estornudos de Figueroa, y cada dos días un fulminante y frustrado ataque de gripe.
Esto era lo curioso. Les aconsejé que se hicieran examinar atentamente, pues no se podía seguir así. Por suerte todo pasó, regresando ambos a la antigua y tranquila normalidad, el vendedor entre las tablas, y Figueroa con su pluma gótica.

Esto era en diciembre. El 14 de enero, al hojear de noche los libros, y con toda la sorpresa que imaginarán, vi que la última página del Mayor estaba cruzada en todos sentidos de rayas. Apenas llegó Figueroa a la mañana siguiente, le pregunté qué demonio eran esas rayas. Me miró sorprendido, miró su obra, y se disculpó murmurando.

No fue sólo esto. Al otro día Aquino entregó el Diario, y en vez de las anotaciones de orden no había más que rayas: toda la página llena de rayas en todas direcciones. La cosa ya era fuerte; les hablé malhumorado, rogándoles muy seriamente que no se repitieran esas gracias. Me miraron atentos pestañeando rápidamente, pero se retiraron sin decir una palabra.

Desde entonces comenzaron a enflaquecer visiblemente. Cambiaron el modo de peinarse, echándose el pelo atrás. Su amistad había recrudecido; trataban de estar todo el día juntos, pero no hablaban nunca entre ellos.

Así varios días, hasta que una tarde hallé a Figueroa doblado sobre la mesa, rayando el libro de Caja. Ya había rayado todo el Mayor, hoja por hoja; todas las páginas llenas de rayas, rayas en el cartón, en el cuero, en el metal, todo con rayas.

Lo despedimos en seguida; que continuara sus estupideces en otra parte. Llamé a Aquino y también lo despedí. Al recorrer la barraca no vi más que rayas en todas partes: tablas rayadas, planchuelas rayadas, barricas rayadas. Hasta una mancha de alquitrán en el suelo, rayada...
No había duda; estaban completamente locos, una terrible obsesión de rayas que con esa precipitación productiva quién sabe a dónde los iba a llevar.

Efectivamente, dos días después vino a verme el dueño de la Fonda Italiana donde aquellos comían. Muy preocupado, me preguntó si no sabía qué se habían hecho Figueroa y Aquino; ya no iban a su casa.

-Estarán en casa de ellos -le dije.
-La puerta está cerrada y no responden -me contestó mirándome.
-¡Se habrán ido! -argüí sin embargo.
-No -replicó en voz baja-. Anoche, durante la tormenta, se han oído gritos que salían de adentro.

Esta vez me cosquilleó la espalda y nos miramos un momento.
Salimos apresuradamente y llevamos la denuncia. En el trayecto al caserón la fila se engrosó, y al llegar a aquél, chapaleando en el agua, éramos más de quince. Ya empezaba a oscurecer. Como nadie respondía, echamos la puerta abajo y entramos. Recorrimos la casa en vano; no había nadie. Pero el piso, las puertas, las paredes, los muebles, el techo mismo, todo estaba rayado: una irradiación delirante de rayas en todo sentido.

Ya no era posible más; habían llegado a un terrible frenesí de rayar, rayar a toda costa, como si las más intimas células de sus vidas estuvieran sacudidas por esa obsesión de rayar. Aun en el patio mojado las rayas se cruzaban vertiginosamente, apretándose de tal modo al fin, que parecía ya haber hecho explosión la locura.

Terminaban en el albañal. Y doblándonos, vimos en el agua fangosa dos rayas negras que se revolvían pesadamente,

Germán Carrasco - Corte de luz en pleno día

La tarde con olor a soldadura
se quiere instalar en el oído
a crispar galerías con su vaho
a desplegar sus movimientos sinfónicos
en las poblaciones callampa lenocinios
y barrios residenciales del cerebro.

Exhalaciones de pulmones insanos
cortan la leche del aire.

La muerte y la quemadura y la vecina
que abre un centímetro el visillo
para ver si los muchachos vuelan bajo
o demasiado alto y voluptuoso
y tomar así alguna fotografía

Exhalaciones de pulmones insanos
cortan la le

Con mucha velocidad he comprobado
que el cuerpo se termina rebelando
pero lo lento es blanco perfecto
de esta falta de ritmo ocasional
COMO CUANDO UNO QUIERE AMANECER SIN
LENGUA
como cuando la purificación implica despresarse
o despresar algo poco a poco

De acuerdo de acuerdo
que no haya luz en el museo
pero que sea sólo por hoy
pero que sea sólo por hoy

Quemadura híbrida y atasco
cámara con la lente empañada
Asumir o hacerle el quite en el paquito-
ladrón eterno, resarciéndose, etc.

(de Brindis)

8.8.09

Felisberto Hernández - Elsa


I
Yo no quiero decir cómo es ella. Si digo que es rubia se imaginarán una mujer rubia, pero no será ella. Ocurrirá como con el nombre: si digo que se llama Elsa se imaginarán cómo es el nombre Elsa; pero el nombre Elsa de ella es otro nombre Elsa. Ni siquiera podrían imaginarse cómo es una peinilla que ella se olvidó en mi casa; aunque yo dijera que tiene 26 dientes, el color, más aun, aunque hubieran visto otra igual, no podrían imaginarse cómo es precisamente, la peinilla que ella se olvidó en mi casa.

II
Yo quiero decir lo que me pasa a mí. ¿Y saben para qué?, pues, para ver si diciendo lo que me pasa, deja de pasarme. Pero entiéndase bien; me pasa una cosa mala, horrible: ya lo verán. Sé que por más bien que yo llegara a decirla, ocurrirá como con la peinilla y lo demás; no se imaginarán exactamente cómo es lo malo que me pasa; pero el interés que yo tengo es ver si deja de pasarme tanto lo malo que se imaginarán, lo malo que en realidad me pasa.

III
Elsa no es precisamente una de las tantas muchachas que no me aman: ella no me amará dentro de poco tiempo, porque ahora ella me ama. Nos hemos visto muy pocas voces; ella está muy lejos; nuestro amor se mantiene por correspondencia; pero yo tengo la convicción, yo afirmo categóricamente, yo creo absolutamente -ya explicaré ampliamente por qué tengo esta fiebre de afirmar- yo vuelvo a afirmar que dada la manera de ser de ella, dejará muy pronto de amarme, porque ella no podrá resistir el amor por correspondencia. Yo sí, pero ella no.

IV
De lo que ya no existe, se habla con indiferencia o con frialdad; pero yo hablo con dolor, porque hablo antes de que deje de existir y sabiendo que dejará de existir: recuérdese cómo lo afirmé.

Cuando espero algo, siento como si alguien -llámese Dios, destino o como quiera- tratara de demostrarme que la cosa que espero no llega o no ocurre como yo esperaba. Entonces, cuando yo tengo interés en que una cosa no ocurra, empiezo a pensar que ocurrirá, para burlarme de ese alguien si la cosa llega u ocurre, para hacerle ver que yo la preveía; y él por no dar su brazo a torcer no me da ese gusto y la cosa ocurre; pero he aquí que al final triunfo yo, porque precisamente lo que más deseaba era que no ocurriera. También debo decir que ese alguien suele sorprenderme dejándose burlar, y que yo triunfe aparentemente y quede derrotado íntimamente: pero esto ocurre las menos de las veces.

Para ser franco, diré que yo no creo en ese alguien, que a ese alguien lo creamos, y para crearlo lo suponemos al revés y al derecho. Pero cuando nos encontramos frente a un gran dolor, volvemos a pensar al revés y al derecho por si llega a ser cierto que existe. Ahora yo pienso que a lo mejor existe, y que a lo mejor no da su brazo a torcer, y por llevarme la contra hace que no ocurra lo de que ella deje de amarme, puesto que yo afirmo que ocurrirá. Así mismo tengo temor de que ese alguien se deje vencer y la cosa ocurra como en las menos veces: pero yo tengo más esperanza del otro modo: al revés que al derecho. Tendría esperanza aun cuando viera que estoy a punto de que ella no me ame; pues con más razón tengo esperanza ahora que ella me ama normalmente.

Bueno, en total quiero dejar constancia de que tengo la convicción, de que afirmo categóricamente, y que creo absolutamente, que Elsa se diferencia de las demás muchachas, en que ninguna de las otras me ama, y que ella dejará muy pronto de amarme.
(de La envenenada)

7.8.09

MAÑANA,

8 de agosto, 17 horas, hacemos la primera reunión

Martín Gambarotta

O el radiólogo
que después de manejar horas una máquina
de rayos equis detrás de una pared de plomo
todo el día, trank, radiografiando cráneos
rótulas, fémures, trank, un tórax, trank
se sienta a fumar con una compañera
en la entrada de la clínica y también
croa por lo bajo su testamento específico
para que venga alguien bueno a ponerle
la corona, para que venga alguien muy
pero muy bueno a sacarle la corona
dos veces perdida, tres veces ganada
por todos en nombre de uno por uno
en nombre de todos.

(de Para un plan primavera)

6.8.09

Chico Buarque - El casamiento de los pequeño burgueses

Él se hace el novio correcto
Y ella casi que se desmaya
Van a vivir bajo el mismo techo
Hasta que la casa se caiga.

Él es empleado discreto
Ella arregla su collarcito
Van a vivir bajo el mismo techo
Hasta que explote el nidito.

Él hace de macho inquieto
Ella hace de niña inocente
Van a vivir bajo el mismo techo
Hasta secar la fuente.

Él es el funcionario completo
Y ella es la que hace suspiros
Van a vivir bajo el mismo techo
Hasta cagarse a tiros.

Él tiene un caso secreto
Ella tiene un rumbo fijo
Van a vivir bajo el msimo techo
Hasta que se casen los hijos.

Él habla de varios venenos
Ella sueña con fungicida
Van a vivir bajo el mismo techo
Hasta que alguien decida.

Él tiene un viejo proyecto
Ella tiene un monte de estrías
Van a vivir bajo el mismo techo
Hasta el final de los días.

Él a veces cede al afecto
Ella se desnuda si está oscuro
Van a vivir bajo el mismo techo
Hasta un breve futuro.

Ella calienta la papa del nieto
Y él casi que hace fortuna
Van a vivir bajo el mismo techo
Hasta que la muerte los una.

(de La ópera del malandro, versión: N.V.)

Cecilia Pavón - Céline

Estoy a punto de abrir
el libro de Céline
muerte a crédito, de Céline
el libro que compramos en el supermercado
junto a bifes y zanahorias.
muerte a crédito de Céline:
"aquí estamos solos otra vez
es todo tan lento, tan pesado

tan triste... pronto seré viejo y por fin
se habrá acabado..."
Voy a dormir con este libro bajo la almohada
para soñar con él
A la mañana diré:
fue una buena compra
Fue una buena compra
lo leeré en el balcón
que da a los edificios
Lo leeré sola,
perdida en la ciudad.

(de Caramelos de anís)

Antonio Cisneros - Poema sobre Jonás y los desalienados

Si los hombres viven en la barriga de una ballena
sólo pueden sentir frío y hablar
de las manadas periódicas de peces y de murallas
oscuras como una boca abierta y de manadas
periódicas de peces y de murallas
oscuras como una boca abierta y sentir mucho frío.
Pero si los hombres no quieren hablar siempre de lo mismo
tratarán de construir un periscopio para saber
cómo se desordenan las islas y el mar
y las demás ballenas -si es que existe todo eso.
Y el aparato ha de fabricarse con las cosas
que tenemos a la mano y entonces se producen
las molestias, por ejemplo
si a nuestra casa le arrancamos una costilla
perderemos para siempre su amistad
y si el hígado o las barbas es capaz de matarnos.
Y estoy por creer que vivo en la barriga de alguna ballena
con mi mujer y Diego y todos mis abuelos.

(de Como higuera en un campo de golf)

Mariano Blatt

¡Qué tranquilo amanece el Pibe de Oro cuando está de vacaciones! Si hasta la mañana es mucho más fresca con él saliendo de la casa en short de fútbol todo blanco y ojos achinados de sueño. Supongo el olor que debe tener en la piel, abajo del brazo, entre las piernas. Todo sueño. Viene el sol y le da una piel que es una belleza verla, olerla de lejos y, cuando se deja, de cerca. Viene el sol y se encuentra en el camino con el Pibe de Oro y ahí lo moldea, lo pinta, le da ese color y ese color y le da los ojos achinados del sueño, la primera sonrisa del día cuando me ve tirado más allá mirándolo. Tiene los dientes sucios pero para mí que no se los lave, ni entre las piernas ni abajo del brazo. Vayamos directo a la playa, le digo, y en la orilla se saca el short y entra desnudo al mar pero dándome la espalda. Es una cosa maravillosa. Es el Pibe de Oro a la mañana y yo sentado en la arena seca.
(de Increíble)

5.8.09

Ricardo Zelarayán - Pioja

Rezongado rezongo de palabra renga. Pelo y barro.
La horca... limpita. La horquilla puñalea seis veces por vez. Puñaladas finas, bien clavadoras...¡Y a la puña!
Arado entiera y desentierra. Peine grueso y fino, suave y liendre, piojo nomás. No saltona pulga. Roña y sangre. La piedra aguanta, aguantaraz.
Madera, ¡já! Madera y avispas clavadoras. Una siesta basta. ¿Seguro? La carne sin revés se las arregla. Cae una gota loca. Dos, tres... A la baba nomás mientras el río corra.
Los huesos mentirosos se desencajan. Cris, cras... Pura agua colonia. Pelo, pelambre, pelambruna. ¿Dónde hervir el huesito salvador?
Puta, puta calandria. Avispa del chajá. Mancha que se borra al despertar. Cae el pelo, uña caída, cherubichá.
Al chajá montero lagunas le sobran. Al diente por diente las lomitas. Orilla amarilla y negra. Nunca bien te veo.
Vidrio, pelo, vidrio en los ojos, polvareda.
Filo contrafilo y punta. Coleteando en la atmósfera. Ladridos. Burro. Burro empacado. Burro lengua ´e sal. Sapo bronceado bornce.
Sopa alharaca. Tuna. Liendre lisita. No hay peine pal pelo que arde nomás. Huracaneados vamos, aplanados todos. ¡A la que vuelve y no vuelve! Polvo empiojado.
La piel de los pelos arde. El sapo se revuelve. Dientes no se animan. La horquilla se queda guacha.
El galope saltea el diente que falta. Cigarro que se apaga al sol, el agua mansa sabe que va al muere, pero se olvida.
Al fin se apagan las miradas. Viudas o brujas seguirán mirando. El que afloja de mirar es diente suelto. la piedra es piedra. ¡Y adelante!
Fuego que pasa de largo también se olvida. Rata nomás, rata ciega y sorda. Memoria. Hasta el cuchillo lagrimea. A la larga afloja.
Orillas no son labios. Siempre se apartan.
Y a la última sombra se la comen los cuervos por arriba y los piojos por abajo. ¿Se acabó la negrura? Puro cuento.

(de Roña criolla)

Juan Rodolfo Wilcock - Berlo Zenobi

El crítico literario Berlo Zenobi es una masa de gusanos, un amasijo de forma indefinida, aunque se supone que en su interior debe haber alguna estructura que lo sostiene: ¿cómo harían si no para mantenerse juntos todos esos gusanos? La naturaleza de éstos es, como se sabe, centrípeta, a menos que la maraña a la que están unidos sea ella misma su fuente de alimento. Desde el punto de vista zoológico estos gusanos son nematelmintos, más exactamente de la especie Ascaris lumbricoides, de quince a veinticinco centímetros de largo; tienen el cuerpo cilíndrico, de color rosa ebúrneo, aguzado en los dos extremos; normalmente el macho es más pequeño que la hembra. La pregunta que con más frecuencia se les ocurre a los lectores de Zenobi, quien además es director de la página cultural de un importante matutino, es la siguiente: ¿estos gusanos son siempre los mismos, o se renuevan? Es más plausible que las ascárides en cuestión se reproduzcan y sean continuamente sustituidas por ascárides nuevas, considerando que ya van veintidós años que Zenobi tiene la misma sección de crítica en el mismo diario, y ningún gusano resiste tanto. Por otra parte, se sabe que dondequiera que vaya el crítico Zenobi deja siempre a su paso algún nematelminto muerto, sobre las sillas o los almohadones. En ocasión de la entrega de los premios literarios más importantes, la bola de gusanos parece adquirir vida nueva, no por nada su lema es: “Apremiando premio y premiando apremio”. Es además asesor de las mejores editoriales y se murmura que cobra no menos de diecisiete sueldos diferentes, todos correspondientes a asesoramientos literarios, incluso televisivos: pero, por otra parte, es cierto que los gusanos parasitarios consumen enormes cantidades de alimento.
(de El libro de los monstruos)

4.8.09

Carlos Germán Belli - En el coto de la mente

En las vedadas aguas cristalinas
del exclusivo coto de la mente,
un buen día nadar como un delfín,
guardando tras un alto promontorio
la ropa protectora pieza a pieza,
en tanto entre las ondas transparentes,
sumergido por vez primera a fondo
sin pensar nunca que al retorno en fin
al borde de la firme superficie,
el invisible dueño del paraje
la ropa alce furiosos para siempre
y cuán desguarnecido quede allí,
aquel que los arneses despojóse,
para con predemitación nadar,
entre sedosas aguas, pero ajenas,
sin pez siquiera ser, ni pastor menos.

(de En el coto de la mente)

Daniel García Helder - Supermercado Makro

No es cierto que la emoción perdure.
Más chance de perdurar tiene la decepción,
pero tampoco. Esto es un puente,
cuando todavía no es de noche
de aquel lado parpadea un letrero de neón.
Hay una playa de estacionamiento,
unos pocos autos, una cúpula de hierro.
Se corta el chorro de mucosa que lanzaba
un canalón desde lo alto a un pozo;
suena ahora un silbato, ya no suena.
Las fases de la luna era el tema cuando entramos
hace un rato a una iglesia que se impone
por altura y estilo a las barracas del sur;
bajamos a la cripta donde ardía un mechero
y en los vitrales tocados por la última luz
nos pareció ver que un rostro
a punto de asomar se disipaba.
Así también, sobre estas negras aguas drogadas
ningún espíritu puede agitarse
ni descollar entre nubes el reflejo
de las siluetas que cruzan el puente.
No hay, por genuina que sea,
entre las torres de hormigón que allá en el fondo
suben al cielo, impávidas, una sola
que el roce de un ala no pueda derribar.

(de El guadal)

Roberto Arlt - El origen de algunas palabras de nuestro léxico popular

Ensalzaré con esmero al benemérito "fiacún".
Yo, cronista meditabundo y aburrido, dedicaré todas mis energías a hacer el elogio del "fiacún", a establecer el origen de la "fiaca", y a dejar determinados de modo matemático y preciso los alcances del término. Los futuros académicos argentinos me lo agradecerán, y yo habré tenido el placer de haberme muerto sabiendo que trescientos setenta y un años después me levantarán una estatua.
No hay porteño, desde la Boca a Núñez, y desde Núñez a Corrales, que no haya dicho alguna vez:-¡Hoy estoy con "fiaca"!.
De ello deducirán seguramente mis asiduos y entusiastas lectores que la "fiaca" expresa la intención de "tirarse a muerto", pero ello es un grave error.
Confundir la "fiaca" con el acto de tirarse a muerto es lo mismo que confundir un asno con una cebra o un burro con un caballo.
Exactamente lo mismo.
Y sin embargo a primera vista parece que no. Pero es así. Sí, señores, es así. Y lo probaré amplia y rotundamente, de tal modo que no quedará duda alguna respecto a mis profundos conocimientos de filología lunfarda.
Y no quedarán, porque esta palabra es auténticamente genovesa, es decir, una expresión corriente en el dialecto de la ciudad que tanto detestó el señor Dante Alighieri.
La "fiaca" en el dialecto genovés expresa esto: "Desgarro físico originado por la falta de alimentación momentánea". Deseo de no hacer nada. Languidez. Sopor. Ganas de acostarse en una hamaca paraguaya durante un siglo. Deseos de dormir como los durmientes de Efeso durante ciento y pico de años.
Sí, todas estas tentaciones son las que expresa la palabra mencionada. Y algunas más.
Comunicábame un distinguido erudito en estas materias, que los genoveses de la Boca cuando observaban que un párvulo bostezaba, decían: "Tiene la "fiaca" encima, tiene". Y de inmediato le recomendaban que comiera, que se alimentara.
En la actualidad el gremio de almaceneros está compuesto en su mayoría por comerciantes ibéricos, pero hace quince y veinte años, la profesión del almacenero en Corrales, la Boca, Barracas, era desempeñada por italianos y casi todos ellos oriundos de Génova. En los mercados se observaba el mismo fenómeno. Todos los puesteros, carniceros, verduleros y otros mercaderes provenían de la "bella Italia" y sus dependientes eran muchachos argentinos, pero hijos de italianos. Y el término trascendió. Cruzó la tierra nativa, es decir, la Boca, y fue desparramándose con los repartos por todos los barrios. Lo mismo sucedió con la palabra "manyar" que es la derivación de la perfectamente italiana "mangiar la follia", o sea "darse cuenta".
Curioso es el fenómeno, pero auténtico. Tan auténtico que más tarde prosperó este otro término que vale un Perú, y es el siguiente: "Hacer el rostro".
¿A qué no se imaginan ustedes lo que quiere decir "hacer el rostro"? Pues hacer el rostro, en genovés, expresa preparar la salsa con que se condimentarán los tallarines. Nuestros ladrones la han adoptado, y la aplican cuando después de cometer un robo hablan de algo que quedó afuera de la venta por sus condiciones inmejorables. Eso, lo que no pueden vender o utilizar momentáneamente, se llama el "rostro", es decir, la salsa, que equivale a manifestar: lo mejor para después, para cuando haya pasado el peligro.
Volvamos con esmero al benemérito "fiacún".
Establecido el valor del término, pasaremos a estudiar el sujeto a quien se aplica. Ustedes recordarán haber visto, y sobre todo cuando eran muchachos, a esos robustos ganapanes de quince años, de dos metros de altura, cara colorada como una manzana reineta, pantalones que dejaban descubierta una media tricolor, y medio zonzos y brutos.
Esos muchachos era los que en todo juego intervenían para amargar la fiesta, hasta que un "chico", algún pibe bravo, los sopapeaba de lo lindo eliminándolos de la función. Bueno, estos grandotes que no hacían nada, que siempre cruzaban la calle mordiendo un pan y con gesto huido, estos "largos" que se pasaban la mañana sentados en una esquina o en el umbral del despacho de bebidas de un almacén, fueron los primitivos "fiacunes". A ellos se aplicó con singular acierto el término.Pero la fuerza de la costumbre lo hizo correr, y en pocos años el "fiacún" dejó de ser el muchacho grandote que termina por trabajar de carrero, para entrar como calificativo de la situación de todo individuo que se siente con pereza.
Y, hoy, el "fiacún" es el hombre que momentáneamente no tiene ganas de trabajar. La palabra no encuadra una actitud definitiva como la de "squenún", sino que tiene una proyección transitoria, y relacionada con este otro acto. En toda oficina pública y privada, donde hay gente respetuosa de nuestro idioma y un empleado ve que su compañero bosteza, inmediatamente le pregunta:
-¿Estás con "fiaca"?
Aclaración. No debe confundirse este término con el de "tirarse a muerto", pues tirarse a muerto supone premeditación de no hacer algo, mientras que la "fiaca" excluye toda premeditación, elemento constituyente de la alevosía según los juristas. De modo que el "fiacún" al negarse a trabajar no obra con premeditación, sino instintivamente, lo cual lo hace digno de todo respeto.
(de Aguafuertes porteñas)

Damián Ríos - Capítulo 4

Papá me enseñó a contar y a leer antes incluso de que entrara en el jardín de infantes. Me mandaba a la calle para que juntara piedritas parecidas y después se tiraba en el suelo conmigo en el medio del patio. Mamá a veces le traía el mate. Una vez que aprendí a sumar y restar, se puso en el trabajo de enseñarme a multiplicar. Me acuerdo que reunía piedritas en grupos de dos y tres y empezaba transpirar porque yo no entendía. Me acuerdo de sus bigotes bien negros y del pelo crespo y que decía Damián atendáme. La escena se desarrollaba en el sendero de portland que unía la casa de la Abuela con nuestra casa. Había varios grupos de piedras de dos y tres, hasta ahí estaba todo claro. Acá hay dos, acá hay tres. Bien. De esto pasaron 25 años y no logro entender cómo quería explicarme, no logro captar cuál era su método. Porque él tenía un método. Fracasó, es cierto, pero sabía perfectamente lo que quería y cómo. Ahí está en definitiva su victoria, vamos a llamarla así. Es el recuerdo más lejano que tengo de alguien que quisiera ayudarme a pensar. Es el día de hoy, que al darme cuenta de que estoy metido en bardos de los que creo no puedo salir, digo: acá hay dos, acá hay tres. Bien.

(de Habrá que poner la luz)

3.8.09

Nicanor Parra - Autorretrato

Considerad, muchachos,
Este gabán de fraile mendicante:
Soy profesor en un liceo oscuro,
He perdido la voz haciendo clases.
(Después de todo o nada
Hago cuarenta horas semanales).
¿Qué les dice mi cara abofeteada?
¡Verdad que inspira lástima mirarme!
Y qué les sugieren estos zapatos de cura
Que envejecieron sin arte ni parte.
En materia de ojos, a tres metros
No reconozco ni a mi propia madre.
¿Qué me sucede? -¡Nada!
Me los he arruinado haciendo clases:
La mala luz, el sol,
La venenosa luna miserable.
Y todo ¡para qué!
Para ganar un pan imperdonable
Duro como la cara del burgués
Y con olor y con sabor a sangre.
¡Para qué hemos nacido como hombres
Si nos dan una muerte de animales!
Por el exceso de trabajo, a veces
Veo formas extrañas en el aire,
Oigo carreras locas,
Risas, conversaciones criminales.
Observad estas manos
Y estas mejillas blancas de cadáver,
Estos escasos pelos que me quedan.
¡Estas negras arrugas infernales!
Sin embargo yo fui tal como ustedes,
Joven, lleno de bellos ideales
Soñé fundiendo el cobre
Y limando las caras del diamante:
Aquí me tienen hoy
Detrás de este mesón inconfortable
Embrutecido por el sonsonete
De las quinientas horas semanales

(de Poemas y antipoemas)

2.8.09

Roque Dalton - Sobre Dolores de Cabeza

Es bello ser comunista,
aunque cause muchos dolores de cabeza.

Y es que el dolor de cabeza de los comunistas
se supone histórico, es decir
que no cede ante las tabletas analgésicas
sino sólo ante la realización del Paraíso en la tierra.
Así es la cosa.

Bajo el capitalismo nos duele la cabeza
y nos arrancan la cabeza.
En la lucha por la Revolución la cabeza es una bomba de retardo.

En la construcción socialista
planificamos el dolor de cabeza
lo cual no lo hace escasear, sino todo lo contrario.

El comunismo será, entre otras cosas,una aspirina del tamaño del sol.

(de Taberna y otros lugares)

Juan José Saer - Al Abrigo

Un comerciante de muebles que acababa de comprar un sillón de segunda mano descubrió una vez que en un hueco del respaldo una de sus antiguas propietarias había ocultado su diario íntimo. Por alguna razón --muerte, olvido, fuga precipitada, embargo-- el diario había quedado ahi, y el comerciante, experto en construcción de muebles, lo había encontrado por casualidad al palpar el respaldo para probar su solidez. Ese día se quedó hasta tarde en el negocio abarrotado de camas, sillas, mesas y roperos, leyendo en la trastienda el diario íntimo a la luz de la lámpara, inclinado sobre el escritorio. El diario revelaba, día a día, los problemas sentimentales de su autora y el mueblero, que era un hombre inteligente y discreto, comprendió enseguida que la mujer había vivido disimulando su verdadera personalidad y que por un azar inconcebible, el la conocía mucho mejor que las personas que habían vivido junto a ella y que aparecían mencionadas en el diario.El mueblero se quedó pensativo. Durante un buen rato, la idea de que alguien pudiese tener en su casa, al abrigo del mundo, algo escondido --un diario, o lo que fuese--, le parecía extraña, casi imposible, hasta que unos minutos después, en el momento en que se levantaba y empezaba a poner en orden su escritorio antes de irse para su casa, se percató, no sin estupor, de que él mismo tenía, en alguna parte, cosas ocultas de las que el mundo ignoraba la existencia. En su casa, por ejemplo, en el altillo, en una caja de lata desimulada entre revistas viejas y trastos inútiles, el mueblero tenía guardado un rollo de billetes, que iba engrosando de tanto en tanto, y cuya existencia hasta su mujer y sus hijos desconocían; el mueblero no podía decir de un modo preciso con qué objeto guardaba esos billetes, pero poco a poco lo fue ganando la desagradable certidumbre de que su vida entera se definía no por sus actividades cotidianas ejercidads a la luz del día, sino por ese rollo de billetes que se carcomía en el desván. Y que de todos los actos, el fundamental era, sin duda, el de agregar de vez en cuando un billete al rollo carcomido.
Mientras encendía el letrero luminoso que llenaba de una luz violeta el aire negro por encima de la vereda, el mueblero fue asaltado por otro recuerdo: buscando un sacapuntas en la pieza de su hijo mayor, había encontrado por casualidad una serie de fotografías pornográficas que su hijo escondía en el cajón de la cómoda. El mueblero las había vuelto a dejar rápidamente en su lugar, menos por pudor que por el temor de que su hijo pensase que el tenía la costumbre de hurgar en sus cosas. Durante la cena, el mueblero se puso a observar a su mujer: por primera vez después de treinta años le venía a la cabeza la idea de que también ella debía guardar algo oculto, algo tan propio y tan profundamente hundido que, aunque ella misma lo quisiese, ni siquiera la tortura podría hacérselo confesar. El mueblero sintió una especie de vértigo. No era el miedo banal a ser traicionado o estafado lo que le hacía dar vueltas en la cabeza como un vino que sube, sino la certidumbre de que, justo cuando estaba en el umbral de la vejez, iba tal vez a verse obligado a modificar las nociones mas elementales que constituían su vida. O lo que el había llamado su vida: porque su vida, su verdadera vida, según su nueva intuición, transcurría en alguna parte, en lo negro, al abrigo de los acontecimientos, y parecía mas inalcanzable que el arrabal del universo.

(de La mayor)