31.7.09

José Manuel Arango - Grammatici certant

El nosotros
lo saben los gramáticos
es un curioso pronombre
Quiere decir tú y yo
sin él
y también él y yo
sin ti
y también él y yo
contigo y contra el resto
En todo caso excluye siempre a alguien
De esta parte nosotros
de la otra los otros que nosotros

(de Cantiga)

Alejandro Rubio - Diz

El que no provee a su mantenencia
ni yace en la noche con fembra plazentera
el que empotrada en el ojo como caja
y supurante pústula de leproso
lleva la imago antigua de infantil trauma;
ése que ve llover dentro y fuera,
ése que ve la alfombra mohosa,
ése que ve la alfombra indígena mohosa,
ése que ve los dibujos abstractos, los hilos de colores,
criar flora siniestra en el propio piso de su estancia;
aquel que al dormir no descansa y en la vigilia
no labra, aquel de ras malo y altura símil:
no tiene lugar entre los justos ni asiento
entre los réprobos sino estaca en la cual encularse
y pensar así de vago y de delicuescente
en el mar, la montaña, la pradera y el riacho
pintadas con mano maestra por el arcipresete
también penado que con sus cuitas
arte hace, no palotes.

(de Rosario)

30.7.09

Rubem Fonseca - El agente (traducción: N. V.)

La placa decía “Inmobiliaria Ajax” y el agente subió al segundo piso. En la sala había únicamente una mesa, una silla y un hombre sentado, inmóvil, mirando al techo.
El agente lo miró y le dijo:
“Soy del Instituto de Estadística y vengo a hacerle el cuestionario.”
“¿Qué cuestionario?, preguntó el hombre, que estaba en la mesa.
“Nombre, nacionalidad, estado civil ---todos esos datos”.
“¿Para qué?”
“Para el empadronamiento, para saber cuántos somos, quiénes somos…”
“¿Quiénes somos? Eso no”, dijo el hombre de la mesa con cierto pesimismo.
“El empadronamiento nos dará la respuesta de todo”, dijo el agente.
“Pero yo no quiero saber nada de nada”, dijo el hombre. “¿No se da cuenta”, agregó, bruscamente fastidiado, “ de que estoy ocupado”?
“Usted me disculpará”, dijo el agente, “pero estoy obligado a llenar su ficha, y usted también está, de cierta forma, obligado a colaborar. ¿No leyó la proclamación del presidente de la República?”
“No.”
“Salió publicada en todos los diarios. El presidente dijo…”
“Eso no interesa”, dijo el hombre levantando la silla, abriendo los brazos, “por favor.”
Pero el agente, con un lápiz en una mano y el formulario en la otra, no contempló el pedido. “¿Su nombre?”, inquirió.
“José Figueiredo. Pero eso no va a adelantar nada”, dijo el hombre, sentándose de nuevo.
El agente, que ya había escrito “José” en el formulario, se detuvo y le preguntó:
“¿Por qué? Usted no me está dando un nombre falso, ¿o sí?”
“¡Oh, no! Mi nombre es José Figueiredo. Siempre lo fue. Pero si yo me muriera mañana, ¿eso no falsificaría el resultado?”
“Ese riesgo lo tenemos que sufrir” *, respondió el agente.
“¿Morir?” [1]
“Siempre muere alguien durante el proceso de empadronamiento, pero está todo previsto. Otros nacen, pero está todo previsto. Está todo previsto”, dijo el agente.
“Quiere decir que yo me puedo morir mañana sin perturbar la vida de nadie”, preguntó José.
“Claro ---de cualquier manera, usted no tiene cara de que vaya a morirse mañana; está medio pálido y decaído, de hecho, pero si se aplica unas inyecciones, esto se le pasa. ¿Estado civil?”
“¿Usted puede guardar un secreto?”, dijo José.
“¿Viudo?”
“… ¿un secreto que va a durar poco?”, continuó José.
“Yo sólo quiero saber su estado civil, su…”, empezó el agente.
“Me voy a matar mañana”, lo cortó José.
“¿Cómo? ¡Es ridículo! ¿Usted me está cargando?”
“Míreme bien”, dijo José, “¿tengo cara de estar cargándolo?”
“No”, dijo el agente.
“No escribí ninguna carta de despedida; o, mejor, escribí, escribí varias, pero ninguna me gustó. Además, no sabía a quién dirigirlas: ¿al delegado de la policía? ---imposible; ¿A Quien Interese? ---muy impreciso.”
“Qué cosa”, murmuró el agente, “¿entonces usted se va a matar en serio?”
“Sí. Y no hace falta que se inquiete tanto.”
“Pero eso es ridículo”, dijo el agente, por segunda vez en el día. “¿A usted no le gusta vivir?”
“Bien”, dijo José, poniéndose una mano en la cara y mirando al techo, “hay ciertas cosas que aun me gustaría hacer, como besar a una rubiecita que pasó, hace un tiempo, por la calle al lado mío, bañarme con ella en el mar y después quedarme en la arena y que el sol me seque el cuerpo. Pero esto debe ser influencia del cielo”, dijo él, mirando por la ventana, “que hoy está muy azul”.
“Le sugiero abandonar ese propósito. Prométame que no irá a cometer ese acto”, dijo el agente. “Estoy apurado”, añadió inmediatamente, cuando vio que José movía la cabeza.
“Ya lo decidí; ya no puedo volver atrás”.
“Eso es una locura. Yo no me puedo quedar acá hasta mañana, toda la vida, esperando convencerlo de su insensatez. No puedo perder mi tiempo”, continuó, ahora con más vigor, “también necesito vivir; diez minutos de mi tiempo corresponden a un cuestionario; cada cuestionario corresponde a ciento setenta pesos [2]y cincuenta centavos”.
“Aprecio mucho su interés”, dijo José.
“De nada, de nada”, dijo el agente, mirando el suelo. “Todavía no hice nada hoy”, agregó después de una pausa.
José se levantó y le extendió la mano. Se estrecharon las manos en silencio.
El agente bajó las escaleras lentamente. Cuando llegó a la calle, sacó una hoja de direcciones de su bolso y con un lápiz tachó el nombre “Inmobiliaria Ajax”. Después miró el reloj y apuró el paso.

[1] Hay un juego de palabras, forzoso de traducir al castellano, entre "correr" (la respuesta del agente) y "morrer" (lo que el hombre entiende).
[2] "Cruzeiros" en el original.

Roberto Bolaño - Playa

Dejé la heroína y volví a mi pueblo y empecé con el tratamiento de metadona que me suministraban en el ambulatorio y poca cosa más tenía que hacer salvo levantarme cada mañana y ver la tele y tratar de dormir por la noche, pero no podía, algo me impedía cerrar los ojos y descansar, y ésa era mi rutina, hasta que un día ya no pude más y me compré un trajebaño negro en una tienda del centro del pueblo y me fui a la playa, con el trajebaño puesto y una toalla y una revista, y puse mi toalla no demasiado cerca del agua y luego me estiré y estuve un rato pensando si darme un baño o no dármelo, se me ocurrían muchas razones para hacerlo, pero también se me ocurrían algunas razones para no hacerlo (los niños que se bañaban en la orilla, por ejemplo), así que al final se me pasó el tiempo y volví a casa, y a la mañana siguiente compré una crema de protección solar y me fui a la playa otra vez, y a eso de las 12 me marché al ambulatorio y me tomé mi dosis de metadona y saludé a algunas caras conocidas, ningún amigo o amiga, sólo caras conocidas de la cola de la metadona que se extrañaron de verme en trajebaño, pero yo como si nada, y luego volví caminando a la playa y esta vez me di el primer chapuzón e intenté nadar, aunque no pude, pero eso ya fue suficiente para mí, y al día siguiente volví a la playa y me volví a untar el cuerpo con protección solar y luego me quedé dormido sobre la arena, y cuando desperté me sentía muy descansado, y no me había quemado la espalda ni nada de nada, y así pasó una semana o tal vez dos semanas, no lo recuerdo, lo único cierto es que cada día yo estaba más moreno y aunque no hablaba con nadie cada día me sentía mejor, o diferente, que no es lo mismo pero que en mi caso se le parecía, y un día apareció en la playa una pareja de viejos, de eso me acuerdo con claridad, se veía que llevaban mucho tiempo juntos, ella era gorda, o rellenita, y debía de andar por los 70 años aproximadamente, y él era flaco, o más que flaco, un esqueleto que caminaba, yo creo que eso fue lo que me llamó la atención, porque por regla general apenas me fijaba en la gente que iba a la playa, pero en éstos me fijé y la causa fue la delgadez del tipo, lo vi y me asusté, coño, es la muerte que viene a por mí, pensé, pero no venía a por mí, sólo era un matrimonio viejo, él de unos 75 y ella de unos 70, o al revés, y ella parecía gozar de buena salud, y él hacía pinta de que iba a palmarla en cualquier momento o de que ése era su último verano, al principio, pasado el primer susto, me costó alejar mi mirada de la cara del viejo, de su calavera apenas recubierta por una delgada capa de piel, pero luego me acostumbré a mirarlos con disimulo, tirado en la arena, bocabajo, con la cara cubierta por los brazos, o desde el paseo, sentado en un banco frente a la playa, mientras fingía que me quitaba la arena del cuerpo, y me acuerdo que la vieja siempre llegaba a la playa con un parasol bajo cuya sombra se metía presurosa, sin bañador, aunque a veces la vi con bañador, pero más usualmente con un vestido de verano, muy amplio, que la hacía parecer menos gorda de lo que era, y bajo el parasol la vieja se pasaba las horas leyendo, llevaba un libro muy grueso, mientras el esqueleto que era su marido se tiraba sobre la arena, vestido únicamente con un trajebaño diminuto, casi un tanga, y absorbía el sol con una voracidad que a mí me traía recuerdos lejanos, de yonquis disfrutando inmóviles, de yonquis concentrados en lo que hacían, en lo único que podían hacer, y entonces a mí me dolía la cabeza y me iba de la playa, comía en el Paseo Marítimo, una tapa de anchoas y una cerveza, y después me ponía a fumar y a mirar la playa a través de los ventanales del bar, y luego volvía y allí seguía el viejo y la vieja, ella debajo de la sombrilla, él expuesto a los rayos del sol, y entonces, de manera irreflexiva, a mí me daban ganas de llorar y me metía en el agua y nadaba, y cuando ya me había alejado bastante de la orilla miraba el sol y me parecía extraño que estuviera allí, esa cosa grande y tan distinta de nosotros, y luego me ponía a nadar hasta la orilla (en dos ocasiones estuve a punto de ahogarme) y cuando llegaba me dejaba caer junto a mi toalla y me quedaba mucho rato respirando con dificultad, pero siempre mirando hacia donde estaban los viejos, y luego tal vez me quedaba dormido tirado en la arena, y cuando me despertaba la playa ya empezaba a desocuparse, pero los viejos seguían allí, ella con su novela bajo la sombrilla y él bocarriba, en la zona sin sombra, con los ojos cerrados y una expresión rara en su calavera, como si sintiera cada segundo que pasaba y lo disfrutara, aunque los rayos del sol fueran débiles, aunque el sol ya estuviera al otro lado de los edificios de la primera línea de mar, al otro lado de las colinas, pero eso a él parecía no importarle, y entonces, en el momento de despertarme yo lo miraba y miraba el sol, y a veces sentía en la espalda un ligero dolor, como si aquella tarde me hubiera quemado más de la cuenta, y luego los miraba a ellos y luego me levantaba, me ponía la toalla como capa y me iba a sentar en uno de los bancos del Paseo Marítimo, en donde fingía quitarme la arena que no tenía de las piernas, y desde allí, desde esa altura, la visión de la pareja era distinta, me decía a mí mismo que tal vez él no estuviera a punto de morir, me decía a mí mismo que el tiempo tal vez no existía tal como yo creía que existía, reflexionaba sobre el tiempo mientras la lejanía del sol alargaba las sombras de los edificios, y luego me iba a casa y me daba una ducha y miraba mi espalda roja, una espalda que no parecía mía sino de otro tipo, un tipo al que aún tardaría muchos años en conocer, y luego encendía la tele y veía programas que no entendía en absoluto, hasta que me quedaba dormido en el sillón, y al día siguiente vuelta a lo mismo, la playa, el ambulatorio, otra vez la playa, los viejos, una rutina que a veces interrumpía la aparición de otros seres que aparecían en la playa, una mujer, por ejemplo, que siempre estaba de pie, que jamás se recostaba en la arena, que iba vestida con la parte de abajo de un bikini y con una camiseta azul, y que cuando entraba en el mar sólo se mojaba hasta las rodillas, y que leía un libro, como la vieja, pero estaba mujer lo leía de pie, y a veces se agachaba, aunque de una manera muy rara, y cogía una botella de pepsi de litro y medio y bebía, de pie, claro, y luego dejaba la botella sobre la toalla, que no sé para qué la había traído si no se tendía nunca sobre ella y tampoco se metía en el agua, y a veces esta mujer me daba miedo, me parecía excesivamente rara, pero la mayoría de las veces sólo me daba pena, y también vi otras cosas extrañas, en la playa siempre pasan cosas así, tal vez porque es el único sitio en donde todos estamos medio desnudos, pero que no tenían demasiada importancia, una vez creí ver a un ex yonqui como yo, mientras caminaba por la orilla, sentado en un montículo de arena con un niño de meses sobre las piernas, y otra vez vi a unas chicas rusas, tres chicas rusas, que probablemente eran putas y que hablaban, las tres, por un teléfono móvil y se reían, pero la verdad es que lo que más me interesaba era la pareja de viejos, en parte porque tenía la impresión de que el viejo se iba a morir en cualquier instante, y cuando pensaba esto, o cuando me daba cuenta de que estaba pensando esto, el resultado era que se me ocurrían ideas disparatadas, como que tras la muerte del viejo iba a ocurrir un maremoto, el pueblo destruido por una ola gigantesca, o como que iba a ponerse a temblar, un terremoto de gran magnitud que haría desaparecer el pueblo entero en medio de una ola de polvo, y cuando pensaba lo que acabo de decir ocultaba la cabeza entre las manos y me ponía a llorar, y mientras lloraba soñaba (o imaginaba) que era de noche, digamos las tres de la mañana, y que yo salía de mi casa y me iba a la playa, y en la playa encontraba al viejo tendido sobre la arena, y en el cielo, junto a las otras estrellas, pero más cerca de la Tierra que las otras estrellas, brillaba un sol negro, un enorme sol negro y silencioso, y yo bajaba a la playa y me tendía también sobre la arena, las dos únicas personas en la playa éramos el viejo y yo, y cuando volvía a abrir los ojos me daba cuenta de que las putas rusas y la chica que siempre estaba de pie y el ex yonqui con el niño en brazos me contemplaban con curiosidad, preguntándose acaso quién podía ser aquel tipo tan raro, el tipo que tenía los hombros y la espalda quemados, y hasta la vieja me observaba desde la frescura de su sombrilla, interrumpida la lectura de su libro interminable por unos segundos, preguntándose tal vez quién era aquel joven que lloraba en silencio, un joven de 35 años que no tenía nada, pero que estaba recobrando la voluntad y el valor y que sabía que aún iba a vivir un tiempo más.

Joaquín Gianuzzi - Los errores necesarios

Considere usted cómo enternece el error
del joven poeta que supone en su cabeza
los laureles más genuinos de la época;
del mismo modo
el hombre que llegó aullando a la comisaria
suponía que toda la justicia del mundo
se concentraba allí para ocuparse de su caso.
Piense que en certezas de ese tipo
se apoya el movimiento de la historia,
el principio y el fin de los años
el régimen de los ríos y las dinastías del poder.
Allí la esperanza está fuera de cuestión
pues se trata de otra cosa
mientras usted sueña o se muerde los puños,
escupe su bilis y no está seguro de nada.
Pero no se pregunte en qué equivocación
ponen los pies para andar sin caerse.
Ellos sostienen que nada justifica el mundo
sino sus propios delirios personales.
Y deben estar en lo cierto, a menos
que ese mismo mundo esté allí sin finalidad alguna.

(de El abundante presente)

Declaración Jurada - Rodrigo Lira

Yo, Rodrigo Lira, en relativo uso de mis facultades mentales -el ser humano ocupa o utiliza un mero 10% de sus capacidades mentales, afirma Louis Pauwels (el de "El Retorno de los Brujos"): imagínese a mi humilde persona, a quien le eran sistematicamente destruidas sus irrecuperables neuronas mediante una serie de electroshocks en un gabinete de la Clínica del Carmen hace exactamente un año y tres días- hoy, 17 (diecisiete) de septiembre de 1977 (mil novecientos setenta y siete), a cuatro años y seis días del Pronunciamiento Militar, cuando las banderas flamean a todo lo largo de Chile, en mi calidad de ciudadano y de cabo segundo de reserva del Ejercito de Chile, de alumno de cualquier cantidad de Establecimientos Educacionales, y de carga familiar del abogado y coronel de ejército (R) Dn. J. Gabriel Lira R., y por tanto favorecido con los servicios en medicina y odontología de la Caja de la Defensa Nacional, sin que se haya ejercido sobre mí apremio ilegítimo alguno ni se me haya hecho víctima de forma alguna de violencia física, por mi propia y libre voluntad y sin estar obedeciendo -que yo sepa- a ninguna sugerencia proveniente de alguien, vengo en declarar lo que a continuación declaro:

-Al anochecer del día martes 30 (treinta) de agosto, habiendo regresado en la mañana de ese día de un viaje de reposo por la IV (Cuarta) Región, salí del departamento donde transcurre la mayor parte de mi existencia, a disfrutar del espectáculo de la Luna llena levantándose de la Cordillera sobre el espacio vacío de siluetas de edificios do hay algunas multi-canchas al centro de la Villa Olímpica (Población Salvador Cruz Gana, se llama también, parece). Mientras iba pasando por la primera de esas canchas (Al oeste de la parroquia y al sur del Unicoop), fui llamado por un grupo de adultos jóvenes y adolescentes que me ofrecieron un trago de un cóctel de pisco con coca-cola.

Yo estaba más interesado en la Contemplación de la Luna Majestuosa que el inmediato entorno humano, de modo que fui sorprendido cuando se me interpeló en forma amenazante, siéndome solicitados mis documentos, los cuales habíanseme quedado en el departamento. Mientras los otros muchachos eran también registrados, se me hizo apoyar las manos sobre el poste para baloncesto que hay allí, más arriba de mi cabeza, con las piernas abiertas y se palpó toda la extensión de mi cuerpo. Casi al mismo tiempo (o tal vez poco antes), al registrar a un muchachito bajito de rasgos afilados y casi siempre sonriente, de quien, además de su aspecto, sólo sé que se le conoce como Country Joe (nombre de un músico rock norteamericano, que aparece en la película Woodstock y que estuvo en Chile, apareciendo en la revista Paula) o el Cantri, se le encontró un trozo de papel de periódico que envolvía algo de una sustancia a la cual uno de los... ¿agentes? refirióse como "mariguana". Acto seguido, se me preguntó si era yo quien estaba fumando de un cilindro de papel blanco, o más bien de una especie de huso al cual el agente se refería como "pito" y que según parece había sido recogido del suelo, aún caliente, según se afirmó. Yo me había acercado al lugar donde ese papel fue encontrado, lo suficiente para ser o resultar sospechosos de acabarlo de arrojar al suelo, pues yo iba caminando cuando estas cuatro peronas de sexo masculino que -según dijo una de ellas posteriormente- pertenecían a "la Comisión Civil de Carabineros" aparecieron en escena.

Yo había bebido aproximadamente entre 50 (cincuenta) y 75 (setenta y cinco) centímetros cúbicos del mencionado trago, y alguien más bebió después de mí, acabando con el contenido de la botella, la cual alguien más se llevó; quiero decir que la noche de autos la gente iba y venía y yo estaba ya marchándome a casa, y soy muy parsimonioso para decir algo más que "salud" como saludo y despedida, y a veces "nos vemos", y otras veces "chao". De modo entonces que, al estar mis piernas en movimiento, y, por ende, mi persona toda, en el momento de la entrada en escena de los agentes, hacia el lugar en el cual uno de ellos se agachara para recoger y levantar en su mano derecha el objeto denominado "pito", instantes después de la inmovilidad que sobreviniera a los circunstantes al hacer su aparición los agentes o carabineros, creo que es lo mismo, yo pasaba, o, como dice la muchachada de la Villa, "entraba" a ser parte de o a estar incluido en un grupo junto con otros tres (que también estaban en las inmediaciones del lugar que se menciona a fojas dos, en la línea 29 (veintinueve), sobre el cual pesaba la categorización de "sospechosos", a diferencia del otro grupo, de cuatro o cinco, humanamente próximo al grupo anterior pero espacialmente distantes algunos escasos (pero suficientes) metros del lugar que se menciona supra, en la línea 6 (seis), lo cual hacía que no se opinara que fuesen posibles de haber arrojado el "pito" al suelo.

El sujeto, en el cual el registro a que fuimos sometidos arrojara resultados observables, como un papel y la sustancia llamada "mariguana", no podía negarlo. Manifestó ser hijo de un coronel de Ejército, ante lo cual otro de los comprometidos en esta escena que describo afirmó ser hijo de algún funcionario de Investigaciones, de Interpol, con respecto a lo cual yo puedo decir ahora que no mencioné la profesión y el grado de mi Señor Padre, y que, con respecto a la profesión, rango, actividad, cargo o grado de los que estos jóvenes, no tengo la menor idea de cuáles sean en realidad pues ni siquiera he estado en sus casa, y el conocimiento que de ellos tengo brota solamente de ocasionales contactos al anochecer. Pero este tal Cantri negaba sin embargo haber sido el que estaba fumando de tal "pito", al igual que los otros dos y que yo mismo.

Yo continúo negándolo, y si alguien dispone de una de esas máquinas llamadas "detector de mentiras", de las cuales tengo noticias por las historietas que leía cuando niño y por algún espectáculo fílmico televideado, me ofrezco como voluntario, pues tengo curiosidad por saber cómo funcionan tales aparatos, los cuales me parecen más confiables en cuanto a su capacidad de evaluar si una declaración es cierta o falsa que esos agentes, a los cuales tuve tiempo suficiente para examinar, pues me parecieron gente que sentía estar efectuando un trabajo desagradable, se veían en cierto modo como... asustados, como explorando un "territorio desconocido" y reputado como potencialmente "peligroso", y sin "controlar plenamente la situación", debiendo recurrir a un mecanismo de defensa (en términos de Freud) que resulta difícil describir y al cual los muchachos de la Villa denominan "echar la prepo", y que se podría tal vez conceptualizar como la capacidad de actuar en forma no sólo potencial, sino que posiblemente o probablemente violenta y agresiva para aquel o aquellos a los cuales la "prepo" se les echa (si bien la conducta de los caragentes limitóse a ser, meramente, algo brusca en la noche de autos) como modo de afrontar la situación.

Menciono estos antecedentes para que se pueda forjar en la Mente del Lector una idea de lo que los siloistas de un Grupo de Autoconocimiento al cual solía asistir los primeros meses de este año habrían llamado el "clima" (síquico) de esta escena, o, como lo llamaría la Pelusa, en cuya casa de La Florida solían efectuarse las reuniones semanales, la "cósmica" de la misma (el continente, llamándose "síquica" a lo contenido y "alquímia" a la composición o estructuración interna de lo contenido en la "cósmica", pero esto no interesa ahora. Cf. La Poética Menor y los Cuadernos de Escuela y el Sinóptico Siloísta, todos de la Ed. Transmutación, Santiago-Lima-Caracas-Quezón, etc.). No cuento toda la verdad porque es imposible y absurdo, en tanto requeriría explayarme ad infinitum sobre todos los hechos y los factores, las formas y las imágenes, los protagonistas y los antagonistas, con su múltiple juego de conflictos y alianzas; cuento, simplemente, lo que me parece pertinente y relevante o determinante; no diré, por ende, ni aquí ni en lugar alguno quién era realmente quien estaba abocado a la insólita tarea de extraer humo presuntamente de "mariguana" de un huso blanco llamado "pito", porque no estoy en condiciones de, o en disposición para hacer algo tan absurdo como reconocer a una cara entre un grupo, lo cual supongo que sería la única forma de identificar a quien realizara la susodicha tarea, para lo cual habría que "hechar el guante" al "piteador", lo que parece resultar algo un tanto dificultoso; y, aun cuando quisiera o estuviera dispuesto a identificarlo, no podría, entanto no sé cuál pueda ser el nombre de este sujeto, ni su apodo o alias en caso de que lo tenga, e incluso la imagen física que de él tengo es borrosa. Puedo afirmar eso sí que no era yo ni tampoco el llamado Cantri, aunque es dable opinar con algún grado de certidumbre que la "mariguana" que se utilizase para liar el llamado "pito" había salido de la que él tenía consigo.

De forma que fuimos conducidos a la esquina de Avenida Grecia esquina de Obispo Orrego por los cuatro caragentes, mientras la Luna subía por el cielo y su diámetro aparente disminuía su tamaño, y una vez allí, el señor que mandaba al grupo, patrulla, ronda o lo que fuera, sacó desde los amplios bolsillos de su cuero negro una radio portátil. Ignoro si habiéndose entendido su mensaje o en espera de mejores condiciones de transmisión, insistió nuevamente sobre el punto candente, es decir, quién, de los del subgrupo de cuatro entre los que estaba ese tal Cantri, el "piteador", yo, y otro tipo más (el total de los presuntamente detenidos alcanzaba a los ocho o nueve, a los cuales se sumaba la patrulla esta de cuatro agentes, comisionados civiles o lo que fuera, todos los cuales resultábamos sumamente conspicuos incluso en un lugar tan transitado como la esquina esa, al frente de la Piscina Mundt), quién, digo, era el que estaba piteando el "pito".

Y he aquí que pocos días atrás había llegado a mi departamento un amigo que yo conocía desde hace tres años, estudiante de cuarto año de Pedagogía en Filosofía en el Instituto Pedagógico, y me contó que en un allanamiento a su domicilio la Policía le había encontrado en su poder esta exótica sustancia, lo cual significó que se le sometiera a cinco días de reclusión o detención, los cuales fueron cumplidos en una celda de la Penitenciería de Santiago (Comuna de San Miguel). Con lo de exótica sustancia me refiero a la "mariguana", por si no se entendió. Prosigo. Y la visita de este joven alumno de Filosofía, y lo que en ella me contó, o sea, el calvario de su detención, rondaba aceleradamente en mi cabeza, en esa esquina, la noche de autos. Pensando que era cierto el argumento que más se repetía en el grupo, o sea, que muchos de los que lo integraban trabajaban -son, o eran, empleados particulares, mayoritariamente- y que, en un momento de restricción ocupacional como el actual era muy posible que sufrieran serios inconvenientes en sus respectivas actividades laborales, lo cual no ocurriría en forma alguna conmigo, ya que por razones de salud mental estoy incapacitado de realizar actividades calificadas remunerables, lo cual permite que, como ya dije, mi Señor Padre perciba una Asignación Familiar por concepto de Mí en la Caja de la Defensa Nacional, afirmé al Señor Comandante de la Patrulla de la Comisión Civil que era yo.

Él realmente creyó que era yo, aunque lo que dije fue que si quería que alguien le dijera era yo, yo se lo decía, pero el problema era que no soy bueno como mentiroso; él pensó que mi forma de afirmarlo probaba justamente mi culpabilidad en el asunto del "pito" y les dijo a los otros dos integrantes del que puede llamarse sub-grupo de cuatro que podían irse, al igual que el sub-grupo secundario, y que el muchacho al cual se le había encontrado la mariguana esa y yo debíamos esperar a una persona o artefacto (presumiblemente un vehículo motorizado) llamado Furgón. Antes de que especificara a los integrantes del sub-grupo secundario que también estaban libres -en realidad los que podían irse eran solamente los otros dos tipos del primer sub-grupo (entre los que estaba el que tirara el "pito" al suelo, poco después de haberlo encendido y que refiriéndose a la situación repetía "es penca")-, en los momentos en que los muchachos habían hecho un alto en su frenético intentar avisar a sus familias a través de conocidos que pasaban entre la gente que iba y venía, Country Joe, el propietario de la "mariguana" encontrada y decomisada, en poder ahora, como prueba incriminatoria, del Sr. Comandante de Patrulla de la Comisión Civil de la Policía, se percató finalmente de lo comprometedora que resultaba especialmente para él la situación (para él, más que para mí, pues, si bien yo andaba sin documentos, eso no es delito alguno; si bien mis botas eran similares a las de las FF. AA. las había comprado en Argentina; el usarlas con mis pantalones de tweed metidos adentro -para lo cual les mandé a hacer una especie de puños como de camisa- tampoco era delito; y, si bien afirmé haber estado "piteando", eso no era cierto), se decidió a intentar la fuga y escapó corriendo en dirección sur, hacia el interiuor de la Villa en la cual está su domicilio y sus familiares, con su señor padre presuntamente coronel de Ejército... y yo hice lo mismo, pero en dirección nor-noreste, cruzando Avenida Grecia en diagonal, a todo lo que daban mis piernas metidas en esas inhumanamente pesadas botas mendocinas. Volví a mi departamento, modifiqué mi aspecto y tomé el rumbo de la casa de mis padres.

Al comunicar esta lamentable historia a mi señora madre, ella fue del parecer de que lo mejor que podía hacer era volver al Norte, puesto que ocurría que había en Vicuña un giro para mí que yo no retirara. De modo que el miercoles 31 (treinta y uno) de agosto volví a pisar la tierra de la Cuarta Región, de donde regresé el jueves 15 (quince) de septiembre, hace dos días. Y como al ir a retirar mi mochila al Terminal de Buses Norte pudiera ver, desde una micro, al Sr. Comandante de Patrulla en Vicuña Mackenna, al llegar a Plaza Italia, y pensando en la posibilidad de que en una próxima oportunidad pudiera ser él quien me viese a mí -a través, tal vez, de una ventanilla de el "Furgón"- escribí esto.

Juana Bignozzi - Luz de gas

Todos pudimos apagar y encender las hogueras
digamos, las luces
los más inconscientes lo hicimos
pero yo pregunto
quién tuvo la valentía de verlas agonizar
y siguió hablando moviéndose
pensando en las celebraciones
sonriendo ante las consecuencias del cambio de estación
la luz que agoniza era una obra que amaba mi madre
en su fantasía de teatro
pero aquí no habrá salvadores
lúcidos detectives jóvenes enamorados
sólo héroes que miran cómo agonizan
y simulan vivir una vida
¿quién la llamó vida?
sin revolución

(de Regreso a la patria)

Quevedo

Soneto XI
Descuido del divertido vivir a quien la muerte llega impensada.

Vivir es caminar breve jornada,
y muerte viva es, Lico, nuestra vida,
ayer al frágil cuerpo amanecida,
cada instante en el cuerpo sepultada.
Nada que, siendo, es poco, y será nada
en poco tiempo, que ambiciosa olvida;
pues, de la vanidad mal persuadida,
anhela duración, tierra animada.
Llevada de engañoso pensamiento
y de esperanza burladora y ciega,
tropezará en el mismo monumento.
Como el que, divertido, el mar navega,
y, sin moverse, vuela con el viento,
y antes que piense en acercarse, llega.

28.7.09

Sergio Raimondi

LA LITERATURA SERÁ SOMETIDA A INVESTIGACIÓN
(Brecht, 1939)

Se trata de poner en tela de juicio la literatura
con criterios no creados por ella; o sea:
de tensar los versos ante la acción del fuego
y de calificarlos no con el lápiz sino con el cuchillo,
por ejemplo, o una sierra cariada o el carozo
de un durazno. Poesía y ferretería, destornillador
y vocal, metonimia a 220, en morsa la metáfora
a ser por el toc ajustada del martillo.
Las herramientas no están terminadas aún.
Y quien cree que se trabaja día a día en ellas,
chispa de la soldadora entre almanaques amarillos,
vidrio y alcohol entre fórmulas herradas,
salsa y serrucho en patios, galpones y cocinas
de casas ubicadas fuera del radio de la urbe
o en el centro mismo de su fragor cotidiano
un poco desvaría y se engaña.

(de Poesía Civil)

Dos de Marosa de Giorgio

Cuando voy hacia el pueblo, temprano, a través de los prados, con el cesto y las jarras, y el rocío prende sus fósforos y quema toda la hierba, y el manzano sostiene como pesadas mariposas de colores, todas sus manzanas y peras, ya vidriadas y abrillantadas, y todos los hongos están confitados, desde la sombra de algún tronco, veo andar a aquel desconocido, al hombre nocturno, al de la cabeza de liebre.

(de Magnolia)

Pájaros en los alambres de la tarde,
pasa el ferrocarril que lleva los ganados a la feria,
no sé cómo viene tan cerca de la casa,
cruza los ramajes, los lirios, las arvejas,
en medio de los trigos que abren las manos con hostias
perfumadas.
Hasta que la noche,
sus tules y sus fósforos,
caen al fin.
Mamá tiene pocos años y sombrero rojo,
pero sus miradas pintan de violeta
el porvenir.

(de Clavel y tenebrario)

El carrito - César Aira


Uno de los carritos de un gran supermercado del barrio donde yo vivía rodaba solo, sin que nadie lo empujara. Era un carrito igual que todos los otros: de alambre grueso, con cuatro rueditas de goma (las de adelante un poco más juntas que las de atrás, lo que le daba su forma característica) y un caño cubierto de plástico rojo brillante desde el que se lo manejaba. Tan igual era a todos los demás que no se lo distinguía por nada. Era un supermercado enorme, el más grande del barrio, y el más concurrido, así que tenía más de doscientos carritos. Pero el que digo era el único que se movía por sí mismo. Lo hacía con infinita discreción: en el vértigo que dominaba el establecimiento desde que abría hasta que cerraba, y no hablemos de las horas pico, su movimiento pasaba inadvertido. Lo usaban como a todos los demás, lo cargaban de comida, bebidas y artículos de limpieza, lo descargaban en las cajas, lo empujaban de prisa de góndola en góndola, y si en algún momento lo soltaban y lo veían deslizarse un milímetro o dos, creían que era por la inercia.
Solamente de noche, en la calma tan extraña de ese lugar atareadísimo, se hacía perceptible el prodigio, pero no había nadie para admirarlo. Apenas si de vez en cuando algún repositor, de los que empezaban su trabajo al amanecer, se sorprendía de encontrarlo perdido allá en el fondo, junto a la heladera de los supercongelados o entre las oscuras estanterías de los vinos. Y suponían, naturalmente, que se lo habían dejado olvidado allí la noche anterior. El super era tan grande y laberíntico que no tenía nada de raro, ese olvido. Si en esa ocasión, al encontrarlo, lo veían avanzar, y si es que notaban ese avance, que eran tan poco notable como el del minutero de un reloj, se lo explicaban pensando en un desnivel del piso o en una corriente de aire.
En realidad, el carrito se había pasado la noche dando vueltas por los pasillos entre las góndolas, lento y silencioso como un astro, sin tropezar nunca, y sin detenerse. Recorría su dominio, misterioso, inexplicable, su esencia milagrosa disimulada en la trivialidad de un carrito de supermercado como todos.
Tanto los empleados como los clientes estaban demasiado ocupados para apreciar este fenómeno secreto, que por lo demás no afectaba a nadie ni a nada. Yo fui el único en descubrirlo, creo. O más bien, estoy seguro: la atención es un bien escaso entre los humanos, y en este asunto se necesitaba mucha. No se lo dije a nadie, porque se parecía demasiado a una de esas fantasías que se me suelen ocurrir, que me han hecho fama de loco. De tantos años de ir a hacer las compras a ese lugar, aprendí a reconocerlo, a mi carrito, por una pequeña muesca que tenía en la barra; salvo que no tenía que mirar la muesca, porque ya de lejos algo me indicaba que era él. Un soplo de alegría y confianza me recorría al identificarlo.
Lo consideraba una especie de amigo, un objeto amigo, quizás porque en la naturaleza inerte de la cosa el carrito había incorporado ese temblor mínimo de vida a partir del cual todas las fantasías se hacían posibles. Quizás, en un rincón de mi subconciente, le estaba agradecido por su diferencia con todos los demás carritos del mundo civilizado, y por habérmela revelado a mí y a nadie más. Me gustaba imaginármelo en la soledad y el silencio de la medianoche, rodando lentísimo en la penumbra, como un pequeño barco agujereado que partía en busca de aventuras, de conocimiento, de amor (¿por qué no?). ¿Pero qué iba a encontrar, en ese banal paisaje, que era todo su mundo, de lácteos y verduras y fideos y gaseosas y latas de arvejas?
Y aún así no perdía la esperanza, y reanudaba sus navegaciones, o mejor dicho no las interrumpía nunca, como el que sabe que todo es en vano y aun así insiste. Insiste porque confía en la transformación de la vulgaridad cotidiana en sueño y portento. Creo que me identificaba con él, y creo que por esa identificación lo había descubierto. Es paradójico, pero yo que me siento tan lejos y tan distinto de mis colegas escritores, me sentía cerca de un carrito de supermercado. Hasta nuestras respectivas técnicas se parecían: el avance imperceptible que lleva lejos, la restricción a un horizonte limitado, la temática urbana. Él lo hacía mejor: era más secreto, más radical, más desinteresado.
Con estos antecedentes, podrá imaginarse mi sorpresa cuando lo oí hablar, o, para ser más preciso, cuando oí lo que dijo. Habría esperado cualquier cosa antes que su declaración. Sus palabras me atravesaron como una lanza de hielo y me hicieron reconsiderar toda la situación, empezando por la simpatía que me unía al carrito, y hasta la simpatía que me unía a mí mismo, o más en general la simpatía por el milagro.
El hecho de que hablara no me sorprendió en sí mismo, porque lo esperaba. De pronto sentí que nuestra relación había madurado hasta el nivel del signo lingüístico. Supe que había llegado el momento de que me dijera algo (por ejemplo que me admiraba y me quería y que estaba de mi parte), y me incliné a su lado simulando atarme los cordones de los zapatos, de modo de poner la oreja contra el enrejado de alambre de su costado, y entonces pude oír su voz, en un susurro que venía del reverso del mundo y aun así sonaba perfectamente claro y articulado:–Yo soy el Mal.
17 de marzo, 2004

Taller de escritura


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Diseño_Fernando Sucari



25.7.09

Casi cruzo la barrera - Enrique Lihn

Casi cruzo la barrera
del espejo para ver
lo que no se puede ver:
el mundo cómo sería
si la realidad copiara,
y no al revés, el espejo
llena, por fin, de su nada.

22.7.09

TALLER DE ESCRITURA de DAMIÁN SELCI y NICOLÁS VILELA

- ANÁLISIS PORMENORIZADO DE TEXTOS DE LOS PARTICIPANTES
- PANORAMA DE LAS TENDENCIAS DE LA LITERATURA ARGENTINA Y LATINOAMERICANA CONTEMPORÁNEA

El objetivo del taller es desarrollar una conciencia crítica directamente orientada a la producción de textos literarios. En el curso de las reuniones semanales se analizarán los trabajos de cada uno de los participantes. Complementariamente, se priorizará la circulación y discusión de textos de poesía y prosa contemporánea (Aira, Cucurto, Bellatin, Lispector, Bolaño, Gambarotta, Di Giorgio, Saer, Bignozzi, Rubio, Lamborghini, Cohen, Zelarayán, Casas, etc.), así como también la lectura atenta de suplementos culturales, revistas y blogs.

DURACIÓN: de AGOSTO a DICIEMBRE
FRECUENCIA: semanal
DÍA, HORA, LUGAR: sábados de 17 a 19 en Palermo

INTERESADOS EN ASISTIR UNA REUNIÓN CERO, SIN CARGO, QUE CONSISTIRÁ EN UNA INTRODUCCIÓN Y APUNTES BÁSICOS DE TRABAJO, ESCRIBIR A nicolasvilela@hotmail.com o damian.selci@gmail.com

Damián Selci escritor, crítico literario y editor de la revista digital PLANTA.
Nicolás Vilela escritor, profesor de Teoría Literaria en la UBA y colaborador de la revista digital PLANTA.