Considere usted cómo enternece el error
del joven poeta que supone en su cabeza
los laureles más genuinos de la época;
del mismo modo
el hombre que llegó aullando a la comisaria
suponía que toda la justicia del mundo
se concentraba allí para ocuparse de su caso.
Piense que en certezas de ese tipo
se apoya el movimiento de la historia,
el principio y el fin de los años
el régimen de los ríos y las dinastías del poder.
Allí la esperanza está fuera de cuestión
pues se trata de otra cosa
mientras usted sueña o se muerde los puños,
escupe su bilis y no está seguro de nada.
Pero no se pregunte en qué equivocación
ponen los pies para andar sin caerse.
Ellos sostienen que nada justifica el mundo
sino sus propios delirios personales.
Y deben estar en lo cierto, a menos
que ese mismo mundo esté allí sin finalidad alguna.
(de El abundante presente)