Esas rocas rizadas en un
ciclo de mar, tenues de violenta
sepultura del violeta
son tus manos, son mis manos
labradas en el trabajo del sueño.
Pero son, sobre todo, los cúmulos
de la altura que perdí, el pasaje
hacia la maravilla ausente
de la eminencia de la tierra
que socavé con uñas líricas,
un heliotropo engendrado en el dolor,
un amor deslizado en una patria,
enzarzado de ternura y de furia.
Esa madera enhiesta, decaída
en mi carne, floreciendo en el
derrumbe de mi sangre.