1.8.09

Daniel Durand

Oscurece, nubarrones bruscos se han detenido en el sur, no tan alto,
sobre la cúpula de la iglesia, sobre la luz roja de la torre más alta;
hacia el oeste nubes incandescentes se retuercen exprimiendo el último
gas del fulgor solar. El cielo bajo del oeste por donde se hunde la tarde
es una franja celestísima de suavidad y esplendor. Un helicóptero
recorre la línea costera, lleva una luz blanca fija y otra roja parpadeante;
sobre la casa, un murciélago derrapa gira baja sube y obtiene
los primeros datos de la noche fresca; los ventiletes de las escaleras
de un edificio se encienden de golpe y a los dos minutos de pronto
todos se vuelven a apagar.


(de
El cielo de Boedo)