La superficie del pan es maravillosa en principio a causa de esa impresión casi panorámica que ofrece: como si tuviéramos a disposición de la mano Los Alpes, el Tauro o la Cordillera de los Andres.
De esta manera, entonces, una masa amorfa eructando fue deslizada para nosotros en el horno estelar, donde, endureciéndose, se plasmó en valles, crestas, ondulaciones, grietas…Y desde entonces todos estos planos claramente articulados, todas estas losas delgadas donde la luz con aplicación tiende sus fuegos –sin un vistazo a la blandura innoble subyacente.
Ese frío y descuidado subsuelo que llamamos miga tiene un tejido similar al de las esponjas; ahí, hojas y flores son como hermanas siamesas unidas por todos los codos a la vez. Cuando el pan se seca, sus flores se marchitan y se encogen: se separan las unas de las otras, y la masa se puede desmenuzar.
Pero cortémosla acá: porque el pan en nuestra boca debe ser menos objeto de respeto que de consumo.
(de De parte de las cosas; traducción: N.V.)