13.8.09

Ezequiel Alemián - Relato de posguerra



La misión había sido un éxito; ahora los soldados se preparaban para volver a casa cargando sus mochilas con avellanas, pasas de uva y café. La vegetación de la zona había sido exterminada por los ácidos derramados en combate, y la tierra arcillosa estaba salpicada con charcos de un líquido amarillento y espeso, nauseabundo, que mataba a los animales y obligaba a los hombres a taparse las narices con bolitas de miga de pan. La técnica los libraba del veneno pero no de la infección: la mayoría tenía las fosas nasales inflamadas en una ampolla rojiza, brillante, muy sensible, del tamaño de un puño. A veces, cuando hacían mucha fuerza y la sangre se les concentraba en la cabeza, la ampolla reventaba.